La
economía del pan
El viejo
profesor sabía que era uno de sus últimos años
de clase o quizás, con los recortes, el último. Como
un karma repitió la clase que el primer día impartía
al nuevo alumnado de primero de Ciencias Económicas.
-Chicas
y chicos, van ustedes a escuchar y aprender muchos conceptos económicos,
ratios y teorías entre estas cuatro paredes, pero ¿saben
ustedes qué economía aprenderán? ¿Saben
ustedes qué economía quieren defender o practicar? Porque
como tres clases de pan que podemos llevarnos a la boca, existen tres
clases de economías.
-Primero,
una muy mala economía, indigesta y que más que dar de
comer hace pasar hambre. Me refiero a aquellas actividades económicas
que con los cereales que se cosecharán en algún rincón
del mundo, no producen pan u otro alimento sino que simplemente los
utilizan para especular con ellos en el llamado ‘mercado de
futuros’, un terreno de juego, en Chicago o Nueva York, exclusivo
para entidades financieras, banqueros y ‘brókers’.
Se trata de una economía que cotiza con intangibles, que no
tiene referencias reales, pero que, sin levadura, hace subir el precio
del trigo –el pan- alocadamente, generando mucho daño
a miles de personas que no podrán comprarlo. Con la misma receta,
este tipo de economía, te hornea una crisis alimentaria, una
burbuja inmobiliaria o agranda las deudas soberanas. Es la economía
capitalista que sólo aspirar al lucro incesante sabiendo, pero
sin importarle, que genera a su alrededor muchas y muy negativas repercusiones.
-La segunda
es una economía neutra, como la de aquella franquicia de panadería
replicada por muchos barrios de la ciudad que se limita, en un proceso
industrial y automatizado, a recoger las masas de pan congeladas que
en una caja de cartón reciben cada mañana. Las hornean
con poca atención y procuran vender cuantas más mejor.
De nuevo en esta economía el objetivo único es el lucro
con cualquier tipo de actividad que se desarrolle. Algunas consideraciones
están presentes en todo el proceso (higiénicas, laborales,
etc.) pero diría que básicamente se tienen en cuenta
por la obligación de operar dentro de la legalidad. Es una
economía que en la boca tiene sabor a nada, que en el vientre
no sienta mal, pero que en una noche se ha reblandecido y ya se puede
tirar.
-Por último
nos queda la panadería artesanal autogestionada por una cooperativa
de varias personas, que deciden democráticamente todas las
cuestiones propias del proyecto, que no es hacer buen pan, sino que
es hacer ‘del hacer buen pan’ una actividad de transformación
de la sociedad allí donde viven. Nada es imparcial. Se compra
el trigo a las y los agricultores ecológicos más cercanos,
pues estos en sus tareas agrícolas cuidan el medio ambiente,
ofrecen un grano sano y custodian el paisaje; trabajan la harina manualmente
para que sea más esponjosa y de mejor cocción pero también
para ofrecer más puestos de trabajo o más medios de
vida; hornean la masa con leña que ellas y ellos mismos recogen
en los montes comunales, limpiado así el bosque y previniendo
incendios; y truecan o venden su pan ecológico en restaurantes
de la zona, en cooperativas de consumo y en pequeñas tiendas
de la comarca. Es decir, con un trabajo en el que disfrutan y ponen
amor, impulsan un tejido local económico y social que hace
del territorio y sus gentes un espacio vivo -como su pan- más
sustentable y reproducible. Es una Economía Social y Solidaria
que no sabe medir en kilos de pan.
-La primera
economía -explica el profesor- debería de estar prohibida
o erradicada, pero ni la clase política tiene valor ni la sociedad
está suficientemente concienciada. La segunda, a día
de hoy no sirve para nada, hay que abandonarla voluntariamente porque
en este momento de crisis civilizatoria urge poner en práctica
todas esas pequeñas economías cooperativas, reales,
sabrosas, consistentes y artesanales, que reivindicando los viejos
buenos valores de siempre (honestidad, solidaridad, alegría…)
saben hacer del pan que nos llevamos a la boca un alimento transformador.
Atento
a las propuestas que llegan de los movimientos sociales, el profesor
lee en voz alta una definición más formal: «La
Economía Social y Solidaria, frente a la lógica del
capital, la mercantilización creciente de las esferas públicas
y privadas y la búsqueda de máximo beneficio, persigue
construir relaciones de producción, distribución, consumo
y financiación basadas en la justicia, la cooperación,
la reciprocidad, y la ayuda mutua».
Una vez finalizada la clase, frente a una comida de catering servida
en el comedor universitario, se rasca su canosa cabeza, refunfuñando
de sí mismo. Tantos años de clases de economía
y esa era la única trasgresión al sistema que se atrevía
a hacer, disimular pensamientos alternativos con aburridas metáforas
de panadero. Mediocre, como el pan industrial.
30 abril 2013
Gustavo Duch
Fuente: http://gustavoduch.wordpress.com/2013/04/30/la-economia-del-pan/