Comemos
veneno: "El cáncer, la infertilidad y la diabetes son por
la comida"
“El
aumento de enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes
y el cáncer está directamente relacionado con los alimentos
que comemos. Las hormonas sintéticas presentes en los fertilizantes
y pesticidas que entran en contacto con la comida son muy peligrosas
para la salud y no suelen detectarse en los análisis toxicológicos,
por lo que se invalida el principio de que la ‘dosis hace el veneno’”.
Con esta advertencia a modo de carta de presentación, la galardonada
documentalista y periodista Marie-Monique Robin nos
introduce en el mundo de la agroindustria, su campo de investigación
desde hace más de una década, y sobre el que versa su
último ensayo: Las
cosechas del futuro. Cómo la agroecología puede alimentar
al mundo (Península).
Una obra
fruto del análisis comparativo de diversos sistemas de producción
alimentaria que, en sintonía con otras anteriores como Nuestro
veneno cotidiano y El mundo según Monsanto, cuestiona el
mito de que la bajada del precio de los alimentos o
de que el fin del hambre en el mundo solo son posibles mediante la producción
industrial de alimentos. La principal novedad que aporta la autora gala
con este último libro es que existe una alternativa demostrable,
“más sobresaliente de lo que creía antes de iniciar
la investigación”, y que se llama agroecología.
El cáncer
de cerebro y la leucemia están creciendo a un ritmo anual del
uno al tres por ciento entre los niños, según la OMS.
La transición
de la agroindustria a la agroecología todavía es posible,
explica Robin, pero aun existiendo la voluntad política necesaria
para propiciar los cambios legislativos que la permitan, “llevará
muchos años descontaminar las tierras y las aguas subterráneas
hasta poder producir alimentos sanos”. Es por ello que urge, en
primer lugar, limitar el uso de pesticidas y transgénicos. “España
es el país más permisivo de la UE con el cultivo de Organismos
Genéticamente Modificados (OGM) y la comercialización
de otras sustancias tóxicas, como el bisfenol A que en otros
lugares como Francia está prohibido”.
Una permisividad,
alerta la autora gala, con unas consecuencias más que visibles:
“Las parejas españolas son las que más problemas
tienen de infertilidad en toda Europa, al afectar a una de
cada cuatro”. Al mismo tiempo, los cánceres de cerebro
y la leucemia están creciendo a un ritmo anual del uno al tres
por ciento entre los niños, según los datos de la Organización
Mundial de la Salud (OMS), que ponen también de relieve el auge
del origen fetal de las enfermedades en la edad adulta (presuntamente
por el tipo de alimentación de la gestante). “La propia
Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ya se está
dando cuenta de estas consecuencias y reconociendo las deficiencias
del principio toxicológico de que 'la dosis hace el veneno’
debido a las indetectables hormonas sintéticas, como demuestra
la mayoría de literatura científica sobre esta cuestión”,
apunta Robin.
El
cenit del petróleo lo será también de la comida
barata
Tradicionalmente
se ha relacionado el bajo coste de los alimentos con los monocultivos,
el uso de pesticidas y fertilizantes para reducir las plagas, así
como otras técnicas modernas de producción a gran escala.
Sin embargo, Robin afirma que “los precios de los alimentos
que compramos en el supermercado son completamente falsos porque
no incluyen los costes directos ni los indirectos”.
Los gastos
derivados del tratamiento de las aguas contaminadas, del pago de las
tasas por los gases de efecto invernadero, de las subvenciones (para
el gasóleo, para exportar o directamente de la Política
Agraria Común de la UE), así como de los sistemas públicos
de salud, por el aumento de enfermos crónicos, son algunos de
los costes asociados a la agroindustria que no se incluyen el precio
de origen. “Si sumamos todos estos costos a los productos en origen,
su precio subiría y serían más caros que los ecológicos”.
Además, añade Robin, más de la mitad del
precio está engordado por los intermediarios y finalistas.
Tendrán
que pasar muchos años para descontaminar las tierras y las aguas
subterráneas hasta poder producir alimentos sanos.
Una realidad
de la que no estamos muy lejos, según la autora gala, para quien
antes o después tendrá que dispararse el precio
de la comida, ya sea por el fin de las subvenciones (como se
prevé con la PAC), por la creciente especulación bursátil
con las materias primas en los mercados de futuro, o por el no menos
inminente encarecimiento de los combustibles fósiles como el
petróleo y el gas, debido a su cenit.
Los productos
químicos utilizados en la agroindustria se elaboran a partir
de petróleo y gas, por lo que un aumento en el precio de estos
recursos, junto a la escasez de agua, pondría a la agroindustria
en la encrucijada. “Esta es la gran debilidad de las industrias
alimentarias. Se sustentan sobre un modelo que depende de los combustibles
fósiles, y está claro que el precio de éstos será
cada vez mayor, por lo que el de los alimentos será parejo. No
tiene sentido que la alimentación en el mundo dependa de la producción
de petróleo en una región tan convulsa como es
Oriente Medio”, lamenta Robin.
Alimentos
saludables en un mundo sostenible
Las perniciosas
consecuencias para la salud y el medio ambiente de la agricultura industrial,
así como la crónica de una muerte anunciada que Robin
comenzó a describir antes incluso de que se produjesen las primeras
crisis alimentarias en Latinoamérica (relacionadas con los biocarburantes)
han llevado a la francesa a recorrerse el mundo en busca de alternativas
ecológicas. Después de estudiar diferentes técnicas
agroecológicas pudo comprobar que su rendimiento puede ser mayor
que con técnicas propias de la agroindustria.
La gran debilidad
de la agroindustria es que se sustenta sobre un modelo dependiente de
los combustibles fósiles.
“Muchas
veces, cuando hablamos de agroecología pensamos que se trata
de volver a las técnicas empleadas por nuestros abuelos. No es
así, se trata de prácticas mucho más complejas
que dependerán de la zona geográfica donde se desarrollen,
del tipo de cultivo o del tipo de tierra”, explica la autora.
Sin embargo, Robin sí pudo comprobar que todos ellos coincidían
en un principio básico: la complementariedad.
“Se trata de un principio común mediante el que se busca
complementar la biodiversidad del medio, mediante rotación de
cultivos o interfiriendo en los ciclos biológicos de los insectos,
para prevenir plagas y aumentar la producción”.
La demanda
de productos ecológicos por parte de los consumidores ha aumentado
proporcionalmente al deterioro de la cadena alimentaria, “pero
la oferta todavía no llega para abastecerlos a todos”,
apunta Robin. Para hacerla extensiva a todo el mundo no llega con la
concienciación del consumidor, que al fin y
al cabo es el que más poder detenta con sus decisiones de compra,
sino que se necesitan medidas políticas concretas.
Entre las
propuestas más urgentes para facilitar el cambio, la periodista
cita “la prohibición de la especulación
con alimentos, el fomento de la soberanía alimentaria
mediante una férrea protección de los mercados y agricultores
locales, y el acortamiento de las cadenas de distribución buscando
conexiones directas entre consumidores y productores”. Solo mediante
la eliminación de los intermediarios y finalistas, explica la
francesa, el precio de los alimentos orgánicos se reduciría
hasta en un 90%”.
Las bases
para posibilitar un cambio de modelo están puestas “desde
hace muchos años”, pero de no iniciarse una pronta transición,
advierte Robin, “no podremos anticiparnos a las crisis alimentarias
que resurgirán en cualquier momento”.
Iván
Gil
11 junio 2013