5
de junio – Día mundial del ambiente
Para
reflexionar y parar la pelota
“La
tierra del mundo es ahora fluida y ardiente. Es ahora fuego y
lágrimas. Nada está quieto y a salvo. Ni la esperanza
del hombre. Ya no descansa la tierra. Y no sabemos dónde,
al cabo, se aquietará y adónde irá a anclar
la angustiada esperanza del hombre”. Deodoro Roca 1940.
Si
bien en otro contexto, esta frase introductoria del autor del
Manifiesto Liminar de la Reforma Universitaria de 1918, es una
fotografía anticipatoria en 80 años a lo que actualmente
está padeciendo nuestro planeta, en la que el cambio climático,
la destrucción del ambiente, la desigualdad obscena y la
pandemia de coronavirus están jaqueando la vida, los sueños
y el futuro de toda la humanidad.
En
este panorama, el 5 de Junio se celebra, ¿celebra? el DÍA
MUNDIAL DEL AMBIENTE, proclamado en 1972 por la ONU, para recordar
el comienzo de la Conferencia de Estocolmo en 1972,
cuyo tema central era la problemática medioambiental, cuando
ya se avizoraba que algo no andaba bien en la relación
hombre-naturaleza.
La
importancia de la fecha, a la luz de los acontecimientos que reflejan
la profunda crisis del Planeta, merece que, cada uno de nosotros
haga un sincero análisis sobre su cuota parte de responsabilidad
en torno a la misma, pasando de la mera preocupación, a
la búsqueda de cambios que la hora impone.
Pese
a que desde distintos ámbitos se viene alertando sobre
el hecho de que el Planeta Tierra, desde su nacimiento hasta nuestros
días, está atravesando la más profunda degradación
ambiental, producto de los modelos de desarrollos destructivos
e irracionales, el consumismo sin fin y la acumulación
de riquezas en pocas manos, con una única meta, la obtención
de lucro, poco se ha hecho al respecto, sino agravar las cosas.
Vale
la pena preguntarse: Podemos seguir en esta alocada carrera hacia
el abismo, en busca de una calidad de vida que cada día
se hace más lejana, por lo menos para la mayoría
de la población, mientras nos cargamos de baratijas, cosas
inútiles o de dudosa eficacia para esos fines.
Decía
Roberto Arlt en 1929, en su artículo: “¿PARA
QUÉ SIRVE EL PROGRESO?”; “Me tienen
ya seco con la cuestión del progreso. Cuánto papanata
encuentro por ahí, en cuanto comienzo a rezongar de que
la vida es imposible en esta ciudad me contesta: - Es que usted
no se da cuenta de que progresamos.”
Seguidamente
agregaba: “La gente se deja embaucar con una serie de términos
que en realidad no tienen valor alguno. Estos términos
hacen carrera, se convierten en monedas de uso popular y cualquier
otario, ante un caso serio, se considera con derecho a aplicarlos
a situaciones que no se resuelven con el uso de un vocablo. Y
es que llega un momento en que las palabras asumen el carácter
de moda; no interpretan un sentir sino un estado colectivo, quiero
decir, un estado de estupidez colectiva.”
“Hemos
progresado. No hay zanahoria que no esté dispuesto a demostrárselo.
Hemos progresado.
Es
maravilloso. Nos levantamos a la mañana, nos metemos en
un coche que corre en un subterráneo; salimos después
de viajar entre luz eléctrica; respiramos dos minutos el
aire de la calle en la superficie; nos metemos en un subsuelo
o en una oficina a trabajar con luz artificial. A mediodía
salimos, prensados, entre luces eléctricas, comemos con
menos tiempo que un soldado en época de maniobras, nos
enfundamos nuevamente en un subterráneo, entramos a la
oficina a trabajar con la luz artificial, salimos y es de noche,
viajamos entre luz eléctrica, entramos a un departamento,
o a la pieza de un departamentito a respirar aire cúbicamente
calculado por un arquitecto, respiramos a medida, dormimos con
metro, nos despertamos automáticamente; cada año
nos deterioramos más el estómago, los nervios, el
cerebro, y a esto ¡a esto los cien mil zanahorias le llaman
progreso! ¡Digan ustedes si no es cosa de poner una guillotina
en cada esquina!”
Y
concluía: “¿para qué sirve este maldito
progreso? Sea sincero. ¿Para qué sirve este progreso
a usted, a su mujer y a sus hijos? ¿Para qué le
sirve a la sociedad? ¿El teléfono lo hace más
feliz, un aeroplano de quinientos caballos más moral, una
locomotora eléctrica más perfecto, un subterráneo
más humano? Si los objetos nombrados no le dan a usted
salud, perfección interior, todo ese progreso no vale un
pito, ¿me entiende?”
Me
parece que no hay mucho más que agregar a la referido,
salvo nuestra propia reflexión para mirar distinto a lo
que nos pasa, tomando distancia de los discursos interesados de
los medios hegemónicos y de los dictados manipuladores
y perversos del mercado.
Pese
a todo, todavía nos quedan los sueños, para que
a partir de ellos, podamos construir un mundo distinto, donde
la naturaleza sea parte de nosotros mismos y permitirnos el alumbramiento
de hombres nuevos, más justos y solidarios.
Ricardo
Luis Mascheroni - docente