Estudio
académico detecta metales en gran parte de las playas del Río
de la Plata
“Una de las preguntas que quiero contestarme es dónde se
acumulan los contaminantes”, dice Javier Rodrigo García-Alonso,
autor de un estudio sobre la presencia de metales en playas, disponible
solamente en inglés y que será publicado en marzo en la
revista arbitrada Estuarine Coastal and Shelf Science. Según
explicó a la diaria, se tomaron muestras desde Juan Lacaze, en
Colonia, pasando por playas de San José, Montevideo, Canelones
y Maldonado, hasta las costas de Rocha, “cubriendo todo el gradiente
de salinidad y viendo la comparación entre playas del interior,
playas más solitarias, sin tanto impacto, y otras urbanas, como
las de Montevideo”. Según el biólogo, “claramente
se ve en las playas urbanas un aumento de varios metales y otros elementos,
como el fósforo, que también se midió y es un indicador
de este enriquecimiento por nutrientes, por actividades humanas, saneamiento
y fertilizantes”.
Lo que aumenta
también, dice, es la presencia de metales como el plomo, el cobre
y el arsénico. Pero hay una novedad: “El que aparece, y
muy pocas veces se había cuantificado, es el mercurio. Hay unos
picos muy grandes en las playas de Montevideo, sobre todo en la Ramírez,
que es de las peores”. En este sentido, uno de los datos “alarmantes”
que resultan del informe tiene que ver con la presencia de estos metales
en un bañado ubicado frente al liceo 61, del Cerro de Montevideo.
Según García-Alonso, esto “confirma algo que ya
se sabe: la contaminación de la bahía y el puerto de Montevideo”.
Los niveles de concentración de estos metales están en
niveles “que pueden llegar a ser tóxicos”, sostiene
el biólogo, y “si hay un ensayo de toxicidad, van a salir”.
El equipo que coordina en el Centro Universitario Región Este
(CURE) intenta incorporar esos análisis.
Dónde
mirar
Los metales
y todos los demás contaminantes siempre se acumulan en los sedimentos.
“Es ahí a donde hay que apuntar para ver la acumulación”,
dice García-Alonso, y cita a un colega que suele comentar que
“nuestro legado queda en los sedimentos”. En este caso se
refiere a la arena, donde rompe la ola, y a sedimentos de depósito
en bañados o en arroyos. Advierte de los riesgos de medir solamente
en el agua: “Esta matriz es muy dinámica, va cambiando;
hoy podés encontrar algo, pero ya mañana esa misma agua
está muy lejos de donde sacaste la muestra. La clave está
en los sedimentos”.
El biólogo
introduce un elemento en el debate: las maderas curadas. “Acá
están por todos lados: en las bajadas a las playas, en las escaleras,
los guardavidas están descalzos todo el día en las garitas
que, en general, también están construidas de estas maderas”,
observa. El “curadas” significa “que pasaron por el
tratamiento CCA, es decir, con cobre, cromo y arsénico, lo que
colabora en la liberación de metales”. El uso de este material
es, entonces, “una fuente de esos metales no sólo en las
playas y los ríos, sino en la exposición a ellos por parte
de las personas. En Uruguay no hay normas ambientales para la comercialización
y uso de maderas CCA ni pautas para el uso que hace de estas la gente
que trabaja con esa materia prima, desde el proceso de producción
hasta las barracas”.
Cómo
mirar
García-Alonso
afirma que hay que “cambiar el paradigma en cuanto a cómo
se mide la contaminación en el ambiente”. Sostiene que
eso implica “entender que todos los contaminantes están
juntos en el ambiente, para tener una idea de qué tan tóxico
es. No se trata meramente de apuntar a tal o cual compuesto, como el
glifosato, sino de ver qué tan tóxico es el ambiente en
su globalidad”. Cita el caso del glifosato, que es hoy el agrotóxico
más usado. Apunta que en 2010 lo que más se tiraba era
atrazina: “Si desarrollamos un método para cuantificar
atrazina, ese método caducó, no sirve, porque hoy se tira
otro compuesto. Hay que desarrollar herramientas para detectar un rango
más amplio”.
Según
el investigador, las herramientas necesarias “no son muy costosas;
por ejemplo, hacer tests de toxicidades con bacterias o levaduras”.
Lo que sí es costoso es el análisis, determinar cuánto
hay de sustancias contaminantes. Para este trabajo, las 92 muestras
fueron analizadas por laboratorios de la Universidad Estatal del Norte
Fluminense, en Brasil, ya que, según explicó el biólogo,
no consiguieron laboratorios en Uruguay que pudieran hacerse cargo de
ese estudio: “En el Latu [Laboratorio Tecnológico del Uruguay]
se pueden medir algunas cosas, pero se paga por cada muestra”.
El grupo
que llevó a cabo esta investigación se propone “desarrollar
herramientas de detección de toxicología ambiental del
efecto del conjunto de los metales acumulados”. El coordinador
señala que están trabajando “casi sin financiación”,
por eso “vamos lento”. Reconoce que hay muy poca financiación
para investigar. Se financian “siempre proyectos de mitigación”
sobre impactos, cuando para García-Alonso “mitigar es una
manera de aceptar el modelo y no considerar que existen alternativas”.
En este sentido, agrega: “Yo acá en el laboratorio voy
concursando y comprando equipito por equipito, pero para usarlos se
requiere personal técnico especializado, y no contamos con los
funcionarios técnicos que necesitamos”.
Efectos
“El
cobre y el arsénico son tóxicos; su impacto es generar
toxicidad. Los metales, en general, generan estrés oxidativo,
que puede derivar en muchas cosas, por ejemplo, envejecimiento. Al colaborar
con otros compuestos orgánicos, pueden generar cáncer,
inducir el cáncer o acelerarlo, hacer que proliferen las células
cancerosas”, alerta García-Alonso. Y plantea una inquietud:
“Tenemos que ver si son factores ambientales los que nos están
tirando hacia arriba los datos estadísticos sobre cáncer
y la mortalidad en relación con esta enfermedad”. La clave,
argumenta, “está en la prevención, tanto para la
conservación como para evitar la contaminación”,
y para esto “hay que tratar de ver qué pasa y cuáles
son las normativas en otros países, porque nosotros no somos
primer mundo, y en estas cuestiones ambientales se nota”.
El investigador
dice que su principal preocupación es la preservación
de las costas y de las fuentes de agua potable: “Estamos en una
crisis total”. Lamentablemente, explica, “hay muy pocos
datos que permitan ver cómo se ha ido degradando el agua”,
pero “el problema está en el manejo salvaje que vivimos,
que no es sustentable, lo mires por donde lo mires”. Uruguay,
argumenta, “está envenenando el país y poniendo
organismos resistentes a ese veneno, sin contar que lo que va a producir
va a estar envenenado y tiene un sinfín de efectos negativos
en el ambiente”.
Para cuidar los ríos, dice, las comisiones de cuenca son un buen
instrumento, pero deberían ser vinculantes. Tal como están,
“son una especie de populismo ambiental”, ya que “son
comisiones a las que se integra mucha gente, pero no son vinculantes,
las decisiones del gobierno siempre se toman sin tener en cuenta las
decisiones de las comisiones”.
Con respecto
a los alcances de la investigación, dice que “es muy difícil
encontrar la asociación entre las variables explicativas -o sea,
las actividades y las presiones que se estén realizando según
el uso del suelo- y las concentraciones de los contaminantes”,
pero “lo primero es ver lo que hay, que es a lo que apuntábamos
con este trabajo”.
García-Alonso
Es licenciado
en ciencias biológicas por la Universidad de la República
(Udelar), magíster y doctor por la Universidad de Heidelberg,
en Alemania. También hizo posdoctorados en Murcia, España,
y en el Natural History Museum de Londres en conservación de
ambientes acuáticos. Es investigador asociado del Instituto de
Estudios Estuarinos y Costeros de la Universidad de Hull, en Reino Unido,
donde fue docente e investigador. Actualmente es docente con dedicación
total del CURE, Udelar, con sede en Maldonado.
Marcelo
Aguilar
Enero 2017