Economía
ecológica de una nueva planta de celulosa
El
anuncio de construir una nueva planta de celulosa en Uruguay despierta
muchas reacciones desde el ambientalismo, aunque muchas de sus advertencias
en el pasado han sido desestimadas invocando que se especializan en
hablar de fauna y flora, pero poco saben de economía y política.
Pero,
en realidad, hay una economía ecológica y una ecología
política que desmonta esa crítica, y que puede aplicarse
a este nuevo proyecto celulósico. Cuando se hace ese ejercicio,
se vuelven evidentes muchos problemas que permanecían en las
sombras.
No
es raro asumir que la mirada ambiental está restringida a la
contaminación, la fauna y la flora, como si nada se entendiera
de la economía o la política de una mega inversión.
Los ambientalistas son los que se dedicarían a proteger venaditos
-se burlaba el presidente Mujica años atrás. La situación
real es muy otra, porque existen potentes marcos de análisis
económicos y políticos propios del ambientalismo, y que
son muy apropiados para este tipo de megaemprendimientos. Siguiendo
ese camino, se podrían explorar algunas de las preguntas que
plantearían un economista ecológico y un ecólogo
político ante la idea de una tercera planta de celulosa.
El
economista ecológico seguramente comenzaría por alertar
que esa obra aumentaría todavía más el perfil exportador
del país como proveedor de materias primas, alejándolo
de la idea de una diversificación de la matriz productiva. O
sea, ir en el sentido inverso a las ideas convencionales en desarrollo.
Entre
nuestros vecinos hay tres países que se han convertido en hiper-extractivistas,
donde más del 80% de sus exportaciones están concentradas
en materias primas, o sea, recursos naturales. Por lo tanto, la presión
sobre la Naturaleza es enorme: son los casos de Venezuela, Bolivia y
Ecuador. Le siguen otras naciones como Chile y Perú, también
dependientes en ofrecer materias primas, y con un escuálido entramado
industrial.
Existe
una enorme biblioteca que alerta sobre los aspectos negativos de esas
estrategias, no sólo desde el campo ambiental sino también
desde la economía del desarrollo. Son opciones que generan poco
empleo; consumen usualmente mucha energía y agua (que los países
subsidian en muchos casos, por lo cual los rendimientos económicos
netos para la nación son escasos); son enclaves con pocos encadenamientos
productivos locales o regionales; tributan en sus naciones de origen,
etc.
El
economista ecológico, además, alertará sobre otras
consecuencias inmediatas. Una de ellas es que el país se vuelve
más dependiente de los mercados globales, ya que son ellos los
que determinan los precios y demanda de esos productos. Obsérvese
que es precisamente un ambientalista el que le está advirtiendo
que se pierde en soberanía nacional.
Otra
alerta señala las distorsiones en las economías nacionales.
En la fase inicial de la inversión, con la llegada de muchos
dólares y muchos trabajadores extranjeros, o cuando los precios
de esa materia prima son altos, hay ingresos financieros jugosos, la
moneda nacional se valoriza y las importaciones se abaratan. Eso explica
situaciones de alto consumismo, lo que a su vez impacta sobre la industria
nacional (siempre es más barato comprar "chino" que
uruguayo), y con ello se pierden fuentes de empleo. Este problema, que
se asemeja al conocido como "enfermedad holandesa", ya fue
padecido por el país, pero parece que los economistas tradicionales
no han recibido ninguna lección.
Esto
genera un tercer problema: cuanto más extractivista es el país
y más profundiza su papel de exportador de commodities, se le
hace progresivamente más dificultoso salir de ese camino. No
es sencillo, por ejemplo, promover nuevas industrias, ya que el encarecimiento
de la moneda y de insumos locales hace que sea preferible importarlas.
Esos son gobiernos que, cuando caen en dificultades financieras, como
no tienen otros sectores productivos que sirvan de sostén, salen
desesperadamente a hacer lo que ven como más sencillo y accesible,
o sea, ofrecer a los mercados globales algún nuevo emprendimiento
en recursos naturales. Esta es la estrategia que han seguido recientemente
Perú y Bolivia, bajo dos marcos ideológicos, pero un mismo
camino extractivista.
Toda
esa obsesión con la exportación de recursos naturales
sin procesar, o con un procesamiento mínimo, genera una presión
brutal sobre la Naturaleza. Tanto por la vía de la apropiación
de los recursos naturales, como por los insumos necesarios para hacerlo.
En este caso hay un insumo crítico: agua. Es inevitable preguntarse
desde la economía ecológica si, por ejemplo, el agua que
se le brindará a esa planta será gratis.
Desde
la ecología política las preguntas iniciales se enfocan
en la institucionalidad ambiental y la normativa. ¿Estamos hoy
en día en mejores o peores condiciones para manejar ambientalmente
una nueva planta de celulosa? Aquí aparecen muchas otras dudas.
Por un lado, el área ambiental dentro del Ministerio de Vivienda,
Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (MVOTMA) ha recibido más
fondos en los sucesivos presupuestos. Podría pensarse entonces
que, en término de equipos, dotación de personal y salarios,
estamos mejor.
Pero,
por otro lado, políticamente estamos peor. La administración
Mujica una y otra vez atacó a su propio Ministerio del ambiente,
y en la administración actual se le ha colocado a un costado
una secretaría presidencial sobre temas ambientales. En vez de
unificar y fortalecer la gestión ambiental, se la diversifica.
El ecólogo político se preguntará, con toda razón,
quién comandará la revisión ambiental de este emprendimiento:
el director nacional de medio ambiente, que a su vez es funcionario
político dentro de un ministerio, o un secretario designado directamente
por el propio Vázquez y que trabaja en el edificio presidencial.
Seguidamente
hay cuestiones sobre la información. El discurso oficial dice
que se sabe que la otra planta no contamina, lo que resulta al menos
extraño, porque buena parte de esos informes siguen siendo secretos
dadas las diferencias que se mantienen con Argentina.
Como
pueden ver, en este breve repaso no abordé ni una sola vez los
asuntos de contaminación o las amenazas a nuestra fauna y flora.
No es que no sea importante, ya que su relevancia es crítica.
Pero mi objetivo es aquí mostrar que esa preocupación
ambiental también ha nutrido profundas revisiones en distintas
ramas de las ciencias económicas y de las ciencias políticas,
que desembocan en análisis mucho más amplios de proyectos
como una planta de celulosa. Pero nada de eso asoma en la presentación
oficial de esa propuesta. En realidad, lo que prevalece es un viejo
razonamiento economicista simplista, como si solo contara el indicador
macroeconómico de la inversión.
Eduardo
Gudynas