Por
qué ha surgido el coronavirus Covid-19
Contra
las pandemias, la ecología
Todavía
en el siglo XXI, a las autoridades chinas los viejos remedios les
parecen la mejor manera de luchar contra la epidemia del coronavirus.
Centenares de millones de personas estarían sufriendo restricciones
en sus desplazamientos. ¿No es hora de preguntarse por qué
las pandemias se suceden a un ritmo cada vez mayor?
¿Será
un pangolín? ¿Un murciélago? ¿O incluso
una serpiente, como oímos decir antes de que se desmintiera?
Está por ver quién será el primero en conseguir
incriminar al animal salvaje que ha dado origen a este coronavirus,
oficialmente llamado Covid-19, que ha dejado a cientos de millones
de personas en cuarentena o atrincheradas tras cordones sanitarios
en China y en otros países. Si bien es primordial dilucidar
este misterio, este tipo de especulaciones nos impiden ver que nuestra
creciente vulnerabilidad frente a las pandemias tiene una causa
más profunda: la destrucción acelerada de los hábitats.
Desde
1940, han aparecido o reaparecido centenares de microbios patógenos
en regiones en las que, en algunos casos, nunca antes habían
sido advertidos. Es el caso del VIH, del ébola en el oeste
de África o del zika en el continente americano. La mayoría
de ellos (60%) son de origen animal. Algunos provienen de animales
domésticos o de ganado, pero principalmente (más de
dos terceras partes) proceden de animales salvajes.
Pero
estos últimos no tienen la culpa. Mal que les pese a los
artículos que valiéndose de fotografías señalan
a la fauna salvaje como punto de partida de epidemias devastadoras?(1),
es falso que estos animales estén especialmente plagados
de agentes patógenos letales preparados para contaminarnos.
En realidad, la mayor parte de sus microbios conviven con ellos
sin hacerles ningún daño. El problema está
en otra parte: en la deforestación, la urbanización
y la industrialización desenfrenadas con las que hemos dotado
a esos microbios de medios para llegar hasta el cuerpo humano y
adaptarse.
La
destrucción de los hábitats supone una amenaza de
extinción para muchas especies?(2), entre ellas plantas medicinales
y animales en los que nuestra farmacopea se ha basado tradicionalmente.
Las que sobreviven no tienen más elección que dirigirse
a los reductos del hábitat que la implantación humana
les deja libres. Como resultado, crece la probabilidad de contacto
próximo y repetido con los humanos, permitiendo así
a los microbios huésped pasar a nuestros cuerpos, donde pasan
de ser benignos a convertirse en agentes patógenos letales.
El
ébola es un buen ejemplo de esto. Un estudio llevado a cabo
en 2017 desveló que era más frecuente que este virus,
cuyo origen ha sido localizado en varias especies de murciélago,
apareciera en zonas de África Central y Occidental que han
sufrido deforestaciones recientemente. Cuando talamos los bosques,
obligamos a los murciélagos a posarse en los árboles
de nuestros jardines y nuestras granjas. Es fácil imaginar
qué es lo que ocurre a continuación: un humano ingiere
saliva de murciélago al morder una fruta cubierta de microbios;
o bien, al intentar cazar y matar a este visitante inoportuno se
expone a los microbios que han encontrado refugio en sus tejidos.
Así es como multitud de virus portados por los murciélagos,
inofensivos para ellos, consiguen penetrar en la población
humana –podemos citar el ébola como ejemplo, pero también
es el caso del virus de nipah (presente principalmente en Malasia
y Bangladesh) o del marburgvirus (sobre todo en África Oriental).
Este fenómeno se denomina “salto de virus entre especies”.
Aunque sea infrecuente, puede hacer que virus procedentes de animales
se adapten a nuestros organismos y evolucionen hasta convertirse
en patógenos.
Ocurre
lo mismo con las enfermedades transmitidas por mosquitos, ya que
se ha establecido que existe una relación entre el advenimiento
de epidemias y la deforestación?(3) –aunque en este
caso se deba no tanto a la pérdida del hábitat como
a su transformación–. Junto con los árboles,
desaparecen la capa de hojas muertas y las raíces. El agua
y los sedimentos fluyen más fácilmente sobre estos
suelos despojados y ahora bañados por el sol, formando así
charcos que favorecen la reproducción de los mosquitos portadores
del paludismo. Según un estudio llevado a cabo en doce países,
las especies de mosquitos vectores de agentes patógenos humanos
son dos veces más numerosas en las zonas deforestadas que
en los bosques que han permanecido intactos.
Asimismo,
la destrucción de los hábitats contribuye también
a la modificación del número de efectivos de diversas
especies, lo que podría incrementar el riesgo de propagación
de un agente patógeno. Por ejemplo: el virus del Nilo Occidental,
transportado por aves migratorias. En América del Norte,
las poblaciones de pájaros han caído más de
un 25% en los últimos cincuenta años bajo los efectos
de la pérdida de los hábitats y de otros tipos de
destrucción?(4). Pero no todas las especies se ven afectadas
de la misma manera. Los pájaros llamados especialistas (de
un hábitat), como los carpinteros y los rálidos, se
han visto mucho más afectados que los generalistas como los
petirrojos y los cuervos. Mientras que los del primer grupo son
pésimos vectores del virus del Nilo Occidental, los del segundo
son excelentes. De ahí la fuerte presencia del virus entre
los pájaros domésticos de la región, y la creciente
probabilidad de ser testigos de que un mosquito pique a un humano
tras haber picado a un pájaro infectado?(5).
En
el caso de enfermedades transmitidas por garrapatas, se trata del
mismo fenómeno. Al ir poco a poco mordisqueando los bosques
del Noreste americano, el desarrollo urbano expulsa a animales como
las zarigüeyas, que ayudan a mantener a raya la población
de garrapatas, mientras que deja que prosperen otras especies bastante
menos eficaces en ese aspecto, como el ratón de patas blancas
o el ciervo. Resultado: las enfermedades transmitidas por garrapatas
se propagan con mayor facilidad. Entre ellas, la enfermedad de Lyme,
que apareció por primera vez en Estados Unidos en 1975. En
los últimos veinte años, se han identificado siete
nuevos agentes patógenos portados por garrapatas?(6).
El
riesgo de que surjan enfermedades no se ve acentuado solo por la
pérdida de los hábitats sino también por cómo
los remplazamos. Para saciar su apetito carnívoro, el hombre
ha arrasado una superficie equivalente a la del continente africano?(7)
para alimentar y criar ganado. Parte de este ganado se destina al
comercio ilegal donde se vende en mercados de animales vivos (wet
markets). Aquí, especies que en su entorno natural nunca
se habrían cruzado aparecen enjauladas unas al lado de otras
y los microbios pueden circular con alegría. Este tipo de
desarrollo, que ya dio lugar en 2002-2003 al coronavirus responsable
de la epidemia del síndrome respiratorio agudo grave (SARS,
por sus siglas en inglés) podría ser el origen del
coronavirus desconocido que nos asedia ahora.
Pero
hay muchos más animales que crecen en nuestro sistema de
ganadería industrial. Cientos de miles de animales amontonados
unos encima de otros mientras esperan a ser llevados al matadero:
estas son las condiciones idóneas para que los microbios
se conviertan en agentes patógenos letales. Por ejemplo,
los virus de la gripe aviar, portados por aves acuáticas,
asolan las granjas llenas de gallinas en cautiverio donde mutan
y se vuelven más virulentos –un proceso que es tan
previsible que se puede reproducir en laboratorio. Una de sus cepas,
el H5N1, es transmisible a los humanos y mata a más de la
mitad de los individuos infectados. En 2014, en América del
Norte decenas de millones de aves tuvieron que ser sacrificadas
para frenar la propagación de una cepa a otra?(8).
Las
montañas de heces producidas por la ganadería ofrecen
a los microbios de origen animal otras oportunidades para infectar
a la población. Dado que hay infinitamente más desechos
que los que las tierras agrícolas pueden absorber en forma
de abono, a menudo acaban por almacenarse en fosas no estancas –un
remanso de ensueño para la bacteria Escherichia coli–.
Aunque más de la mitad de los animales encerrados en los
corrales de engorde estadounidenses son portadores, allí
esta sigue siendo inofensiva?(9). Sin embargo, en los humanos, la
E. coli provoca colitis hemorrágica, fiebre y puede llegar
a causar insuficiencia renal aguda. Y como es bastante común
que los excrementos de origen animal se viertan en nuestra agua
potable y nuestros alimentos, cada año se infectan 90.000
estadounidenses.
Aunque
el fenómeno de mutación de microbios de origen animal
en agentes patógenos humanos se ha acelerado, no es nada
nuevo. Se remonta a la revolución neolítica, cuando
el ser humano empezó a arrasar hábitats naturales
para ampliar las tierras de cultivo y a domesticar animales para
usarlos como bestias de carga. A cambio, los animales nos han hecho
algún que otro regalo envenenado: a las vacas les debemos
el sarampión y la tuberculosis, a los cerdos, la tosferina
y a los patos, la gripe.
El
proceso siguió durante la expansión colonial europea.
En el Congo, las vías de tren y las ciudades que construyeron
los colonos belgas permitieron que un lentivirus portado por los
macacos de la región perfeccionara su adaptación al
cuerpo humano. En Bengala, los británicos se arrogaron el
inmenso humedal de Sundarbans para usarlo como arrozal, exponiendo
así a los habitantes a bacterias acuáticas presentes
en las aguas salobres. Las pandemias provocadas por esas intrusiones
coloniales siguen de actualidad. El lentivirus del macaco se convirtió
en el VIH. La bacteria acuática de Sundarbans, conocida hoy
como cólera, ha provocado ya siete pandemias, la más
reciente en Haití.
Afortunadamente,
puesto que no hemos sido meras víctimas pasivas de este proceso,
podemos también hacer mucho por reducir el riesgo de emergencia
de estos microbios. Podemos proteger los hábitats naturales
para conseguir que los animales conserven sus microbios en vez de
transmitírnoslos, objetivo este del movimiento One Health?(10).
Podemos poner en marcha una estrecha vigilancia de los medios en
los que los microbios animales son más susceptibles de convertirse
en agentes patógenos humanos, tratando de eliminar a los
que muestren una tendencia a adaptarse a nuestro organismo antes
de que desencadenen epidemias. Precisamente en esto se centran,
desde hace diez años, los esfuerzos de los investigadores
del programa Predict, financiado por la Agencia de los Estados Unidos
para el Desarrollo Internacional (USAID). Ya han identificado más
de novecientos nuevos virus relacionados con la expansión
de la huella del hombre sobre el planeta, y entre ellos hay cepas
desconocidas hasta ahora de coronavirus similares a la del SARS?(11).
Hoy
en día, una nueva pandemia acecha, y no se debe exclusivamente
al Covid-19. En Estados Unidos, la Administración de Trump
se ha esforzado en desregular las industrias extractivas y el conjunto
de actividades industriales, favoreciendo así el salto de
microbios de animales a humanos. A su vez, el Gobierno estadounidense
compromete la posibilidad de localizar al próximo microbio
antes de que se propague: en octubre de 2019, decidió poner
fin al programa Predict. Además, a principios de febrero
de 2020 anunció que tenía la intención de reducir
un 53% su aportación al presupuesto de la Organización
Mundial de la Salud.
Como
declaró el epidemiólogo Larry Brilliant, “la
emergencia de virus es inevitable, pero no las epidemias”.
En cualquier caso, no lograremos evitarlas si no ponemos la misma
determinación a la hora de cambiar de políticas que
la que pusimos en alterar la naturaleza y la vida animal.
(1)"Kai
Kupferschmidt,
“This bat species may be the source of the Ebola epidemic
that killed more than 11.000 people in West Africa”, Science
Magazine, Washington, DC – Cambridge, 24 de enero de 2019.
(2)"Jonathan Watts, “Habitat
loss threatens all our futures, world leaders warned”,
The Guardian, Londres, 17 de noviembre de 2018.
(3)"Katarina Zimmer, “Deforestation
tied to changes in disease dynamics”, The Scientist, Nueva
York, 29 de enero de 2019.
(4)"Carl Zimmer, “Birds
are vanishing from North America”, The New York Times,
19 de septiembre de 2019.
(5)"BirdLife International, “Diversity
of birds buffer against West Nile virus”, ScienceDaily,
6 de marzo de 2009.
(6)“Lyme
and other tickborne diseases increasing”, Centers for
Disease Control and Prevention, 22 de abril de 2019.
(7)"George Monbiot, “There’s
a population crisis all right. But probably not the one you think”,
The Guardian, 19 de noviembre de 2015.
(8)“What
you get when you mix chickens, China and climate change”,
The New York Times, 5 de febrero de 2016. En Francia, la gripe aviar
tuvo efectos en la ganadería durante el invierno 2015-2016
y el ministerio de Agricultura francés estima que este invierno
existe un riesgo para las aves procedentes de Polonia.
(9)"Cristina Venegas-Vargas et al., “Factors
associated with Shiga toxin-producing Escherichia coli shedding
by dairy and beef cattle”, Applied and Environmental Microbiology,
vol. 82, n° 16, Washington, DC, Agosto de 2016.
(10)"Predict Consortium, “One Health in action”,
EcoHealth Alliance, Nueva York, octubre de 2016.
(11)“What
we’ve found”, One Health Institute.
Sonia
Shah
Periodista.
Autora de Pandemic: Tracking Contagions, from Cholera to Ebola and
Beyond, Sarah Crichton Books, Nueva York, 2016, y de The Next Great
Migration: The Beauty and Terror of Life on the Move, Bloomsbury
Publishing, Londres, que se publicará en junio de 2020. Este
texto apareció primero en The Nation.
Marzo
de 2020