Un viaje entre
Civilizaciones
De Magí me llama
la atención su manera de vivir, su manera de pensar y muchos
de sus comportamientos; todo está enlazado. Su alimentación,
por ejemplo, es diferente a la mayoritaria y no por novedosa, fruto
de nuevos estudios nutricionales o por obsesiones dietéticas,
al contrario. En la gestión que hace de su huerto se aprecia
cómo todo pivota alrededor de dos cultivos, patatas y garbanzos,
alimentos que puede conservar durante un año y que serán
centrales en una dieta donde el plato principal es la sobriedad, complementada
con otros pocos alimentos que para él son “perecederos”
y por lo tanto menos “estratégicos”. Ahora mismo,
mientras en la mayoría de huertos observamos como el reto es
quien cultiva la variedad más hermosa, exótica o sabrosa
de tomate para exhibir en un post de cualquier red social, Magí
prácticamente solo cultiva y cuida tomates de “penjar”,
una variedad que puede mantener en buen estado hasta finales de invierno,
colgados en un lugar oscuro y fresco de su casa.
Sí, en su casa hay
electricidad, dispone de nevera y congelador donde conservar los alimentos,
pero su vida no depende de los enchufes. De hecho gira alrededor del
Sol, al que reverencia siguiéndole fielmente durante su órbita
diario: despertándose con Él y acabando las tareas cuando
el astro se esconde. Aun así, a diferencia nuestra, Magí
dispone del tiempo suficiente para dos dedicaciones impensables en
nuestra cultura actual, “enraonar” y “badar”.
La primera, a la que no encuentro traducción literal en castellano,
es sentarse tranquilamente junto a otra o más personas con
las que charlar encadenado razonamientos hasta llegar a conclusiones
trascendentales que, poco después, ya no serán válidas,
lo que permitirá iniciar un nuevo ciclo de diálogo y
así seguir “dando vueltas eternamente a un tema”
(una de las etimologías del verbo conversar). “Badar”,
según el diccionario es “abstraerse, encantarse mirando
alguna cosa”. ¿Será que Magí practica un
tipo de meditación oriental? No lo sé, pero los buenos
ratos que pasa maravillado, en una suerte de estado zen, observando
las correrías de los gatos con los que convive o analizando
detenidamente el deambular de la niebla, además de ser placeres
gratuitos y anticonsumistas, deben tener mucho que ver con su capacidad
de vivir serenamente.
Magí suele decir:
“No sé en quindiavisc”. El tiempo de los calendarios,
y sus estrictos horarios impuestos por la revolución industrial
con la apertura de las fábricas y el trabajo en cadena, tampoco
ha causado mella en sus ritmos vitales. Es cierto que no dispone de
días festivos, pero tampoco hay días laborables en su
vida. Si acaso podríamos hablar de rutinas que van variando
en función de las estaciones del año. Lo que más
le gusta es poder empezar cada día disfrutando del amanecer
en el bosque y acto seguido, en primavera, preparar leña; en
verano, cargar humus; en otoño, recoger setas; en invierno,
arreglar los caminos. Siempre en el bosque, territorio del que forma
parte su cuerpo.
Magí vive solo,
pero defiende la familia que, para él, somos los vecinos y
vecinas de un pueblo de veinte casas. Como miembro de una manada,
instintivamente, Magí cuida y comparte de tal forma que te
permite comprender aquello tan escandalizador que decía Pasolini
respecto a la familia: “La última isla del comunismo
primitivo”.
Podría seguir contando
más cosas de este amigo que solo tiene quince años más
que yo. Podría contar que su vocabulario es muy diferente al
mío, con muchas palabras y expresiones que escucho por primera
vez “enraonant” con él. A tal extremo que, no exagero,
si afirmo que hablando el mismo idioma, el catalán, nuestro
lenguaje es diferente. O podría hablar sobre cómo es
su relación con la Naturaleza, tan profunda que él mismo
no puede explicarla porque no concibe que tenga que explicarse. Simplemente
se siente parte de Ella, sin artilugios, sin filosofías, sin
razonamientos, es pura espontaneidad, como cualquier otra especie
animal, sin más. Podría, pero estoy convencido de que
muchas y muchos de ustedes también conocen personas como Magí
con los que completar su retrato. Lo que me interesa es ¿cómo
definimos a estas personas?
A mi entender, si estas
personas viven usando un lenguaje propio, manteniendo una manera característica
de agricultura y, por tanto, de alimentación, tienen una relación
particular con el tiempo, con la comunidad, con la energía,
con las tecnologías…, y, sobre todo, viven en un marco
espiritual asociado a la Naturaleza, está claro que debemos
expresarnos en clave cultural: son una civilización. Una civilización
que podríamos llamar “campesina” y cuyos últimos
individuos han logrado sobrevivir y cohabitar con la civilización
imperante. Son fácilmente reconocibles.
La civilización
campesina es, si acaso, lo más similar a las civilizaciones
indígenas presentes aún en muchos territorios donde
la vida se entiende y disfruta bajo narrativas absolutamente diferentes
a la civilización “del progreso”. Tienen en común
reconocer y respetar las normas dictadas por la propia Naturaleza.
Por eso, ahora, que más que una época de cambios es
un cambio de época –como explican diferentes pueblos
de Abya Yala en #Futurosindígenas–,
¿somos conscientes de que, despreciando estas narrativas, no
tendremos ninguna pauta para el tránsito civilizatorio que
vamos a experimentar?
Gustavo Duch Guillot
23 de junio 2021
Revista CTXT.