Millones
de árboles muertos, millones de vecinos sedientos
Así
como atendemos la marcha de la economía global, también
debe observarse la ecología planetaria. Uruguay, tan pequeño
y frágil, necesita aprender de los aciertos y errores de otros
países ante las crisis ambientales.
En estas
semanas, del otro lado del planeta, en California y estados vecinos
dentro de Estados Unidos, sigue su marcha la más dura sequía
jamás registrada. Sus efectos son devastadores: ya se ha contabilizado
la muerte de 102 millones de árboles; sólo en el último
año se perdieron 62 millones en más de 3 millones de
hectáreas, casi todos en la Sierra Nevada.
Es una
sequía que dura por lo menos seis años, y es la mayor
desde que existen registros. Afecta el acceso a agua potable a millones
de personas y la vez está destruyendo la diversidad de fauna
y flora en una enorme región.
Entretanto,
aquí en el sur, Bolivia alcanzó el pico máximo
en la peor sequía en 25 años, y también hay millones
de afectados, en este caso unos tres millones de personas. Distintos
barrios en la capital, La Paz, así como en la ciudad que la
rodea, El Alto, tienen agua solo unas pocas horas en unos pocos días
en la semana. Se repiten severos problemas en otras ciudades como
Cochabamba y Oruro. Pocos días atrás el gobierno declaró
la emergencia nacional.
También
en estos días se mantiene una severísima sequía
en la cuenca del Río Pilcomayo, en el Chaco de Paraguay, así
como en valles de las montañas centrales de Ecuador. Apenas
están saliendo de una prolongada sequía tanto las regiones
centrales de Chile como las zonas paulistanas de Brasil.
Desarreglos
climáticos como estos, que se repiten en el norte como en el
sur, y ya no son una excepción. No aparecen en los indicadores
del desempeño económico de las bolsas internacionales,
como las de Wall Street, Londres o Hong Kong. Pero generan consecuencias
que siempre afectan las economías nacionales y su vida política.
Aquí
en Uruguay, le damos vueltas y vueltas a nuestros problemas domésticos,
con unos enormes problemas para encontrar soluciones, acordarlas y
actuar. La cuestión ambiental no escapa a eso: no sorprendería
encontrar a personas que dirían que la sequía en California
o en Bolivia no tiene nada que ver con nosotros. Están equivocados.
Esos eventos,
así como otras situaciones extremas, por ejemplo las inundaciones,
tienen vínculos directos o indirectos con un cambio climático
planetario que a todos afectan.
En el caso
de California se considera que la sequía se debe a varios factores,
y existe un debate sobre el peso de cada uno de ellos. Pero existe
coincidencia en asegurar que el cambio climático ha empeorado
todo. Se han roto mecanismos de compensación que aliviaban
la sequía. Y se predice que estas situaciones se repetirán
y empeorarán en las próximas décadas.
El impacto
económico ha sido fenomenal. Sólo para la temporada
2016, se estima que la agricultura de California debió gastar
US$ 303 millones adicionales en bombear agua; las pérdidas
totales se estiman en US$ 603 millones, y 4 700 personas perdieron
su trabajo.
En el caso
boliviano, se puntualiza que la sequía se ha agravado por la
disminución de nevados en las cumbres andinas, los que eran
proveedores clave de agua. Se estima que el cambio climático
ha reducido en un 43 % la superficie de los glaciares bolivianos entre
1986 y 2014 (antes ocupaban 530 kilómetros cuadrados, pasando
en 300 km2 en 2014). A ese impacto humano planetario, se suma el mal
uso local: enormes volúmenes de agua con consumidos por la
minería y la agricultura intensiva, generando todo tipo de
caos hídricos.
Sea en
el norte como en el sur, se repiten las alertas desde hace años.
Es interesante observar el caso boliviano ya que allí también
gobierna un progresismo, y una mirada atenta encontrará unas
cuantas similitudes con Uruguay. Es que en Bolivia país se
repitieron las advertencias sobre una crisis en el acceso al agua,
como aquí en Uruguay se señalan los problemas en la
calidad y acceso al agua en la cuenca del Río Santa Lucía.
En Bolivia, el gobierno y su coalición política no se
tomaron en serio esos avisos, y tras varios años, ahora estalló
la crisis. El resultado es que se desnudó la desidia en atender
el problema, buscar fuentes alternativas de agua, y promover su uso
cuidadoso. Sólo se reaccionó al final, cuando la crisis
del agua se convirtió en una crisis política por las
fuertes movilizaciones ciudadanas.
Ante la
llegada del verano, el país tiene el desafío de no volver
a caer en una crisis con el suministro de agua. Por lo tanto, así
como los gobiernos miran los indicadores de la economía global,
como los índices de las bolsas o la tasa del cambio del dólar,
de la misma manera deberían atender el estado de la salud planetaria.
Es necesario observar cómo se enfrentan estas crisis climáticas,
para evitar repetir sus errores de otros países. Tenemos mucho
que aprender y es importante reconocerlo.
Eduardo
Gudynas
Noviembre 2016