Papa
Francisco: celoso cuidador de la Casa Común
Tiempo
atrás escribimos que el Papa Francisco por causa del patrono
que le inspiró el nombre – Francisco de Asís –
tendría todo a su favor para ser el gran promotor de una propuesta
ecológica mundial. Debía ser él, pues lamentablemente
nos faltan líderes con autoridad y con palabras y gestos convincentes
que despierten a la humanidad, especialmente a las élites dirigentes,
ante las amenazas que afectan el destino común de la Tierra
y de la Humanidad y a la responsabilidad colectiva y diferenciada
de salvaguardarlo para todos.
Y este
deseo se realizó plenamente con la publicación de la
encíclica «Laudato si’: cuidar de la Casa Común».
Nos ofrece un texto de gran amplitud – la ecología integral
- de rara belleza intelectual y espiritual, uniendo lo que era tan
caro a san Francisco de Asís y también a Francisco de
Roma: el comportamiento de cuidado con la hermana y madre Tierra y
un amor preferencial a los condenados de la Tierra.
Esta conexión
atraviesa todo el texto como un hilo conductor. No hay verdadera ecología,
de ninguna expresión, sea ambiental, social, mental o integral,
si no rescata a la humanidad humillada de los millones de empobrecidos
de nuestra historia, aquellos en los cuales la Tierra como madre es
más agredida y ofendida. El Papa Francisco aparece como celoso
cuidador de la Casa Común.
Se muestra
extremadamente coherente con la marca registrada de la Iglesia de
la liberación latinoamericana con su correspondiente teología
que es la opción preferencial por los pobres, contra la pobreza
y a favor de la justicia social y de su liberación. Lo opuesto
a la pobreza no es la riqueza, es la injusticia de proporciones estructurales
y mundiales. La forma más adecuada para enfrentar esta anti-realidad
es la ecología integral que articula “tanto el grito
de la Tierra como el grito del pobre” (nº 49).
La ecología
es más que un mero administrar los bienes y servicios escasos
de la naturaleza. Representa un nuevo estilo de vivir, un arte nuevo
de habitar diferentemente la Casa Común de tal forma que todos
puedan caber en ella. No solamente los humanos, lo que configuraría
el antropocentrismo duramente criticado por la encíclica (115-121),
sino todos los seres vivos e inertes, especialmente la gran comunidad
de vida que sufre dura erosión de la biodiversidad por causa
del predominio de la tecnocracia. Este es otro nombre para identificar
al principal causante de la crisis ecológica globalizada: la
furia productivista y consumista, digamos nosotros con una palabra
que el Papa no usa, del capitalismo salvaje que busca acumular de
forma ilimitada a costa de la devastación de la naturaleza,
del empobrecimiento de las personas y del riesgo de una mega catástrofe
ecológicosocial. Este sistema impone a todos un comportamiento,
como enfatiza el Papa, que “parece “suicida” (55).
Esta vinculación
entre el Gran Pobre (la Tierra) y los pobres, como lo vieron muy pronto
los teólogos de la liberación, se justifica porque vivimos
tiempos de extrema urgencia: la huella ecológica de la Tierra
ha sido ya sobrepasada en más del 30%. La Tierra necesita de
un año y medio para reponer lo que nosotros con nuestro consumo
le sustraemos durante un año.
Este dato
nos plantea la cuestión de nuestra supervivencia colectiva.
Tenemos que cambiar si queremos evitar el abismo. Por eso la pregunta
central que la encíclica plantea es: ¿cómo debemos
relacionarnos con la naturaleza y con la Madre Tierra? La respuesta
es con el cuidado, la fraternidad universal, el respeto a cada ser
pues posee valor intrínseco y con la aceptación de la
interrelación de todos con todos.
En este
particular, Francisco de Roma fue a buscar inspiración en un
ejemplo vivo y no teórico, en Francisco de Asís. Explícitamente
dice: ”creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado
por todo lo que es débil y de una ecología integral
vivida con alegría y autenticidad” (10).
Todos los
biógrafos de su tiempo (Celano, San Buenaventura, citados por
la encíclica) dan testimonio de “el tiernísimo
afecto que nutría hacia todas las criaturas”; “les
daba el dulce nombre de hermanos y hermanas de quienes adivinaba los
secretos, como quien goza ya de la libertad y de la gloria de los
hijos de Dios”. Liberaba pajaritos de las jaulas, cuidaba de
cada animalito herido y llegaba a pedir a los jardineros que dejasen
un rinconcito libre sin cultivar para que allí pudiesen crecer
las malas hierbas, pues todas “ellas también anuncian
al hermosísimo Padre de todos los seres”.
El Papa
advierte que esto no es “romanticismo irracional, porque tiene
consecuencias en las opciones que determinan nuestro comportamiento”
(11). Si no usamos el lenguaje del encantamiento, de la fraternidad
y de la belleza en relación con el mundo, ”nuestras actitudes
serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador
de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos”
(11).
Aquí
se transparenta otro modo-de-estar en el mundo, diferente del de la
modernidad tecnocrática. En esta, el ser humano está
sobre las cosas como quien las posee y domina. El modo-de-estar de
Francisco es situarse junto con ellas para convivir como hermanos
y hermanas en casa. Él intuyó místicamente lo
que hoy sabemos por la ciencia: que todos somos portadores del mismo
código genético de base; por eso nos une un lazo de
consanguinidad, haciéndonos parientes, primos y hermanos y
hermanas a unos de otros; de aquí la importancia de respetarnos
y de amarnos mutuamente y jamás usar violencia entre nosotros
y contra los demás seres, nuestros hermanos y hermanas. Este
modo de ser podrá abrirnos un camino de superación de
la crisis ecológica global.
Leonardo
Boff
Julio 2015