Un
inaplazable ajuste de cuentas con la Madre Tierra
La
encíclica del Papa Francisco sobre “El cuidado de la
Casa Común” (Laudato Si’) está siendo vista
como la encíclica “verde” de manera semejante a
cuando decimos economía “verde”. He aquí
un gran equívoco. Ella no quiere ser solamente “verde”
sino que propone la ecología “integral”.
En
realidad, el Papa dio un salto teórico de la mayor relevancia
al ir más allá del ambientalismo verde y pensar la ecología
en una perspectiva holística que incluye lo ambiental, lo social,
lo político, lo educacional, lo cotidiano y lo espiritual.
Él se sitúa en el corazón del nuevo paradigma
según el cual cada ser posee valor intrínseco pero está
siempre en relación con todo, formando una inmensa red como
lo dice de manera ejemplar la Carta de la Tierra.
En
otras palabras, se trata de superar el paradigma de la modernidad,
que coloca al ser humano fuera de la naturaleza y encima de ella como
“su maestro y señor” (Descartes), imaginando que
ella no tiene ningún otro sentido sino estar puesta al servicio
del ser humano que puede explotarla a su gusto. Ese paradigma subyace
a la tecnociencia que nos ha traído tantos beneficios pero
que simultáneamente gestó la actual crisis ecológica
por el saqueo sistemático de sus bienes naturales.
Y
lo hizo con tanta voracidad que ha sobrepasado los principales límites
que no se podían traspasar (la Sobrecarga de la Tierra). Una
vez traspasados, ponen en peligro las bases físico-químico-energéticas
que sustentan la vida (los climas, la escasez de agua, los suelos,
la erosión de la biodiversidad entre otros). Es hora de hacer
un ajuste de cuentas con la Madre Tierra: o redefinimos una nueva
relación más cooperativa para con ella y así
garantizamos nuestra supervivencia o podemos conocer un colapso planetario.
El
Papa inteligentemente se dio cuenta de esta posibilidad. De ahí
que su encíclica se dirija a toda la humanidad y no solo a
los cristianos. Tiene como propósito fundamental impulsar un
nuevo estilo de vida y una verdadera “conversión ecológica”.
Esta implica un nuevo modo de producción y de consumo, respetando
los ritmos y los límites de la naturaleza, en consideración
también de las futuras generaciones a las cuales pertenece
igualmente la Tierra. Esto está implícito en el nuevo
paradigma ecológico.
Como
estamos tratando de un problema global que afecta indistintamente
a todos, todos están llamados a dar su contribución:
cada país, cada institución, cada saber, cada persona,
y cada religión, como el cristianismo.
En
razón de esta urgencia, el Papa juntamente con la Iglesia Ortodoxa
instituyó el día 1º de septiembre de cada año
como “Día Mundial de Oración por el Cuidado de
la Creación”. Afirma claramente que «debemos buscar
en nuestro rico patrimonio espiritual las motivaciones que alimentan
la pasión por el cuidado de la creación» (Carta
del Papa Francisco de 6/08/2015). Obsérvese la expresión
«pasión por el cuidado de la creación».
No se trata de una reflexión o algún empeño meramente
racional sino de algo más radical, “una pasión”.
Se invoca aquí la razón sensible y emocional. Ella es
y no simplemente la razón que nos hará tomar decisiones,
nos impulsará a actuar con pasión y de modo innovador
de acuerdo a la urgencia de la actual crisis ecológica mundial.
El
Papa tiene conciencia de que el cristianismo (y la Iglesia) no está
exento de culpa por haber llegado a esta situación dramática.
Durante siglos se predicó un Dios sin el mundo, lo que propició
el surgimiento de un mundo sin Dios. En ninguna catequesis entraba
el mandato divino, claramente señalado en el segundo capítulo
del Génesis, de “cultivar y cuidar el jardín del
Edén” (2,15). Por el contrario, el conocido historiador
norteamericano Lynn White Jr. ya en 1967 (Las raíces históricas
de nuestra crisis ecológica, archivo digital de la Agenda Latinoamericana,
servicioskoinonia.org/archivo, buscando por autores: «White»)
acusó al judeocristianismo con su doctrina del dominio del
ser humano sobre la creación, como el factor principal de la
crisis ecológica. Exageró, como lo ha mostrado la crítica,
pero de todos os modos suscitó la cuestión del estrecho
vínculo entre la interpretación común del señorío
del ser humano sobre todas las cosas y la devastación de la
Tierra, lo que reforzó el proyecto de dominación de
los modernos sobre la naturaleza.
El
Papa realiza en su encíclica (nºs 115-121) una vigorosa
crítica al antropocentrismo de esa interpretación. Sin
embargo, en la carta que instaura el día de oración,
suplica a Dios con humildad «misericordia por los pecados cometidos
contra el mundo en el que vivimos». Vuelve a referirse a San
Francisco con su amor cósmico y respeto por la creación,
el verdadero anticipador de lo que debemos vivir en los días
actuales.
Cabe
concluir con las palabras del gran historiador Arnold Toynbee: «Para
mantener la biosfera habitable durante más de dos mil años,
nosotros y nuestros descendientes tenemos que olvidar el ejemplo de
Pedro Bernardone (padre de San Francisco), gran empresario de tejidos
del siglo XIII, y su bienestar material y empezar a seguir el modelo
de Francisco, su hijo, el mayor entre todos los hombres que han vivido
en Occidente… Él es el único occidental que puede
salvar la Tierra» (en ABC, Madrid 19/12/1972, p. 10).
13
de setiembre 2015
Leonardo
Boff