Agroecología,
soberanía alimentaria y territorial
Muchas
preguntas y pocas respuestas
La
globalización capitalista amenaza con poner fin a la agricultura
familiar, vital para el cuidado del territorio y la alimentación
de las comunidades. Ya aniquiló el comercio de proximidad,
dañando gravemente las economías locales, deslocalizó
la producción de alimentos y promovió una agricultura
y una ganadería industriales, intensivas, con base en el uso
de agrotóxicos, semillas transgénicas, fertilizantes
químicos y productos veterinarios. Este es el modelo de agricultura
y de alimentación global actual; las personas y el medio ambiente
hemos quedado en un segundo plano.
Nuestro planeta se encuentra inmerso en una profunda transformación,
siendo el signo más evidente el Cambio Climático Global.
Este proceso se da a partir de la Revolución Industrial que
se intensifica en la segunda mitad del siglo XX, unido al modelo de
producción expoliador de los bienes comunes naturales, asociado
al modelo de consumo insostenible y depredador. Su único objetivo
fue y será incrementar las ganancias de las corporaciones y
sus socios en todo el mundo.
Estas políticas neoliberales han tenido una dimensión
global y generalizaron un modelo de agricultura y de alimentación,
tanto en el Sur como en el Norte, al servicio de los intereses del
capital. La función primordial de los alimentos -nutrir a las
personas- quedó supeditado a los objetivos económicos
de unas pocas empresas multinacionales que monopolizan la cadena de
producción de los alimentos, desde las semillas hasta la gran
superficie, y han sido ellas las más beneficiadas con la situación
de crisis.
Agronegocios:
impactos de su hegemonía
El modelo de desarrollo agrícola con base en grandes extensiones
de monocultivos agrícolas y forestales intensificó la
concentración y extranjerización de la tierra, con la
consecuente desaparición de los pequeños productores,
cercándolos y reduciéndolos a una mínima existencia.
Es un modelo de agricultura sin agricultores, con base en el gran
capital transnacional, en la maquinización aún más
intensiva que durante la Revolución Verde, el uso masivo de
agrotóxicos, de fertilizantes, un modelo que desplaza y contamina
al productor y lo deja sin otra alternativa que abandonar su campo.
El desarrollo técnico-científico, disociado de la conciencia
ecológica, facilitó el saqueo de los recursos naturales
en una escala sin precedentes
El desarrollo técnico-científico, disociado de la conciencia
ecológica, facilitó el saqueo de los recursos naturales
en una escala sin precedentes.
El uso masivo de los agrotóxicos ocurre en todo el país,
y esto se debe a los grandes monocultivos tanto forestales como agrícolas
(transgénicos y convencionales). Sin embargo, pareciera que
esta práctica se ha aceptado como modelo de país, sin
hacer una evaluación de los impactos económicos, sociales
y ambientales que está significando para el conjunto de la
población.
Este flujo alimentario se basa en un modelo rural y productivo de
alimentos englobado bajo el rótulo de “monocultivos de
exportación”, y es el principal responsable de flagelos
como la deforestación, la contaminación de ecosistemas,
la destrucción de biodiversidad, pobreza, subnutrición,
migración campo-ciudad, destrucción de la agricultura
familiar.
Los monocultivos de exportación son selectivos tanto en relación
con quién produce esos alimentos, como con quién se
queda con el beneficio monetario. Por ejemplo, el crecimiento de la
soja ha sido exponencial, pasando de 8 mil hectáreas en 1998
a 700 mil hectáreas en la actualidad, y a medida que el área
cultivada aumenta se incrementan en igual medida los impactos ambientales
y sociales que el cultivo provoca.
Cabe destacar que según un trabajo de los docentes del Departamento
de Ciencias Sociales de la Facultad de Agronomía, Pedro Arbeletche
y Carolina Carballo, en los últimos años el 47 por ciento
de los productores familiares agrícola-lecheros abandonó
la agricultura debido al avance sojero. Durante 2007, 150.000 hectáreas
dejaron de producir para la lechería, cambiando el destino
para la soja (DIEA, 2008).
En la zafra 2007-2008 seis empresas, la mayoría extranjeras
o relacionadas a capital extranjero, plantaron aproximadamente un
30 por ciento del área agrícola nacional
En la zafra 2007-2008 seis empresas, la mayoría extranjeras
o relacionadas a capital extranjero, plantaron aproximadamente un
25 a 30 por ciento del área agrícola nacional.
El 92 por ciento del área cultivada con soja continua es arrendado
o bajo medianería. En estos casos, los empresarios no tienen
ningún compromiso de conservar nuestros recursos naturales.
Este modelo de producción se desarrolla hasta agotar el recurso
suelo, para luego irse a otra tierra.
En relación con la generación de empleo, la lechería
y las unidades de producción familiar ocupan 23 personas cada
mil hectáreas, en tanto que la soja apenas supera dos empleos
para la misma superficie. Esto se explica por la abundante utilización
de agrotóxicos y la total mecanización del cultivo.
Sólo la forestación crea menos empleo que la soja.
En el caso del maíz, cultivo estival, para la zafra 2009–2010,
se estima que se sembrarán alrededor de 100 mil hectáreas
de maíz transgénico, lo que representa alrededor del
90 por ciento del área que se plantará con ese cultivo.
Esta situación abre varias interrogantes: ¿qué
pasa con los cuidadores de semillas de maíz tradicional? ¿Qué
pasa con los productores orgánicos que guardan su propia semilla?
¿Qué sucede con los productores que no siendo orgánicos,
reproducen sus variedades de maíz? ¿Y con nuestra salud?
¿Y qué ocurre con el consumo de la toxina Bt que poseen
dichos maíces transgénicos?
En el caso del maíz, el Uruguay transita por el mismo camino
que ya recorrió con el cultivo de soja: en la actualidad, toda
la semilla de soja comercializada y sembrada es transgénica
No hay peor sordo…
Un estudio del Comité de Investigación e Información
Independiente sobre Ingeniería Genética (CRIIGEN, con
base en Caen), recientemente publicado en la revista International
Journal of Biological Sciences, demuestra la toxicidad de tres semillas
genéticamente modificadas de maíz de Monsanto.
“Hemos demostrado por primera vez en el mundo que los transgénicos
no son saludables, ni lo suficientemente correctos para ser comercializados
(...) Cada vez que se consume cualquiera de los tres maíces
transgénicos (MON810, MON863 y NK603), los riñones y
el hígado, que son los principales órganos que reaccionan
ante una intoxicación química, tienen problemas”,
dijo Gilles-Eric Séralini, experto miembro de la Comisión
para la Revalorización de la Biotecnología, establecida
en 2008 por la Unión Europea (UE).
Tras un período de dos años de moratoria en el que Uruguay
puso una pausa no sólo a la autorización general sino
al testeo de nuevos organismos genéticamente modificados, ahora
se autorizó a realizar ensayos de cinco nuevas variedades de
maíz transgénico.
Estas presentan modificaciones que le otorgan resistencia a insectos
y a herbicidas. Si se habilitan por parte del Instituto Nacional de
Semillas (INASE), estarán disponibles en la campaña
agrícola 2011-2012. ¿Podrán las comisiones evaluadoras
de estos materiales transgénicos recabar y calibrar información
independiente? ¿El camino, es más transgénicos
y contaminación para este “Uruguay Natural”? ¿Natural?
Y surgen aún otras preguntas más abarcadoras: ¿qué
sociedad queremos? ¿Qué ciencia queremos? ¿Cómo
se deben definir las líneas de investigación a desarrollar?
¿Cómo puede aportar la ciencia un cambio hacia una sociedad
más justa, igualitaria y libre?
Desde julio de 2007 a agosto de 2008 los apicultores uruguayos han
perdido 81.000 colmenas -16 por ciento del total-, pasando de 514.000
a 433.000. Entre las causas se encuentran: aumento en los costos de
producción, aplicación de agrotóxicos, expulsión
de los apicultores de los campos, pérdida de las fuentes de
alimento para las abejas, factores climáticos. Esta desaparición,
significó la pérdida parcial o total de los ingresos
de más de mil familias.
Cifras publicadas recientemente por el Ministerio de Ganadería
Agricultura y Pesca (MGAP) muestran que el aumento de las importaciones
de herbicidas, insecticidas, funguicidas, hormiguicidas y otros, ha
sido de 273 por ciento, considerando el período 2000–2008.
¿El
camino, es más transgénicos y contaminación para
este “Uruguay Natural”? ¿Natural?
En 2000 entraron al país 6.778 toneladas de agrotóxicos
y en 2008 ingresaron 18.524 toneladas; todas fueron aplicadas a varios
cultivos, liderados por la soja transgénica.
Aparte de combatir plagas, enfermedades y “yuyos”, estas
toneladas de venenos quedaron esparcidas en nuestro ecosistema: ríos,
cañadas, suelos, humedales, también sobre los trabajadores
rurales, las poblaciones aledañas a los cultivos y sobre nuestros
alimentos: arroz, trigo, maíz, leche, carne, frutas y verduras...
¡Muy saludable!
En 2007 Uruguay también importó 75.000 kilos de Bromuro
de Metilo, manteniendo guarismos similares en los de 2008 y 2009.
Este biocida es un esterilizante y desinfectante de suelo, extremadamente
tóxico y dañino para los seres vivos en su totalidad,
además de estar prohibido en varios países del mundo
(Protocolo de Montreal). Es además causante de la destrucción
de la capa de ozono.
Uruguay se había comprometido a eliminar totalmente el consumo
de Bromuro de Metilo para 2005. ¿Más tóxicos
para el ambiente y la salud? ¿Hasta cuándo? ¿Y
el Uruguay Natural qué…?
Mucha gente no sabe que la opción metodológica de incrementar
la producción a través de variedades de cultivos de
alto rendimiento -semillas “mejoradas” o híbridos-
conlleva la disminución en el contenido de nutrientes, vitaminas
y proteínas de los alimentos producidos. Se produce más,
pero se alimenta menos.
La
imperiosa necesidad de un nuevo paradigma
Es
necesario arrancar el velo de la mentira: lejos estamos del Uruguay
natural. El país se encuentra a esta altura en un proceso de
extranjerización y de degradación socio-ambiental progresivo,
fruto, esencialmente, de la falta de voluntad política para
implementar un modelo agroeocológico incluyente y participativo,
con bases en una visión diferente del uso y conservación
sostenible de los distintos bienes y servicios de nuestro ambiente.
Entre 2000 y 2008 se vendieron 5,4 millones de hectáreas de
suelo uruguayo a extranjeros, en su inmensa mayoría no residentes.
Esto es el equivalente a la superficie agropecuaria de los departamentos
de Salto, Paysandú, Río Negro, Soriano y Colonia juntos.
Gran parte de estas transacciones se realizaron en 2007 y fueron adquisiciones
realizadas por empresas extranjeras: grupos sojeros de Argentina,
ganaderos de Brasil, fondos de inversión de Nueva Zelanda y
Estados Unidos y compañías forestales de Europa.
A fines de 2008 se calculaba que los extranjeros detentaban la cuarta
parte del suelo productivo del país.
De acuerdo con las cifras que maneja el Grupo Guayubira, al día
de hoy habría al menos 680.000 hectáreas en manos de
empresas forestales extranjeras.
Con respecto a la forestación, la concentración de tierras
en pocas manos es un ejemplo: 250.000 hectáreas en manos de
un solo consorcio integrado por Stora Enso y Arauco. Para tener una
idea acerca del tamaño de este latifundio, basta decir que
equivale a cinco departamentos del tamaño de Montevideo.
Qué
pasa con nuestros vecinos
Brasil se convirtió el año pasado en el mayor consumidor
mundial de agrotóxicos con 733,9 millones de toneladas. De
esta forma superó a Estados Unidos que ese año utilizó
646 millones de toneladas.
Con estas escalofriantes cantidades de veneno utilizados en la agricultura,
no es de extrañar que rastros de los mismos perduren en frutas,
hortalizas, cereales, leche y carne.
De acuerdo a los últimos datos proporcionados por la Agencia
Nacional de Vigilancia Sanitaria de Brasil (Anvisa), más del
15 por ciento de los alimentos consumidos en el país contienen
un exceso de residuos de agrotóxicos. Brasil se convirtió
el año pasado en el mayor consumidor mundial de agrotóxicos
con 733,9 millones de toneladas
El 64 por ciento de las muestras de morrón (pimiento) analizadas
presentaron irregularidades, seguidas por las de frutilla, uva y zanahoria,
con 30 por ciento de muestras irregulares cada una.
Todos los alimentos analizados presentaban índices de agrotóxicos
por encima del límite permitido o residuos de productos no
autorizados. En el caso de los morrones, de los 22 agrotóxicos
detectados en su cultivo 18 no son autorizados, irregularidad que
también se constató en las 365 muestras de frutillas
estudiadas. ¿A esto se le llama alimentación saludable?
La Argentina cuenta con 17 millones de hectáreas sembradas
de soja transgénica y consume entre 180 y 220 millones de litros
de glifosato por año.
¿Adónde va todo este veneno, y otros que se usan en
éste y otros cultivos? ¿Al suelo? ¿Al aire? ¿Al
agua? ¿A los alimentos? ¿A los pobladores? ¿A
los trabajadores rurales? ¿Qué consecuencias tiene en
la salud? ¿Que consecuencias tiene en la salud consumir soja
transgénica? Son demasiadas dudas e incertidumbres, y la lista
podría ser aún mucho más larga.
Soberanía
alimentaria
Como
resultado de la aplicación de los principios agroecológicos
se logra transitar hacia la soberanía alimentaria de un país.
Antes de la colonización todas las culturas del mundo eran
alimentariamente soberanas, o sea, producían lo que consumían.
Con la colonización las mejores tierras de los países
del Sur, las que antes producían alimentos para las poblaciones
locales, se convirtieron en plataformas de exportación; se
destinaron a producir alimentos para mercados lejanos.
La soberanía alimentaria es el derecho de todos los pueblos
a poder definir su propio sistema de producción, distribución
y consumo de alimentos. Es el derecho de los pueblos rurales a tener
acceso a la tierra, a poder producir para sus propios mercados locales
y nacionales, a no ser excluidos de esos mercados por la importación
de mercaderías provenientes de las empresas transnacionales.
Y también es el derecho de los consumidores a tener acceso
a alimentos sanos, accesibles, culturalmente apropiados con la gastronomía,
la historia culinaria de su país y producidos localmente.
Como resultado de la aplicación de los principios agroecológicos
se logra transitar hacia la soberanía alimentaria de un país
Si un país no es capaz de alimentar a su propia gente, si depende
del mercado mundial para la próxima comida, se coloca en una
situación profundamente vulnerable frente a la buena voluntad
de las superpotencias o las fluctuaciones del mercado. Por eso se
utiliza el concepto de “soberanía”.
La soberanía alimentaria y la sustentabilidad están
entre las más importantes prioridades, antes que las políticas
de comercio.
En este contexto, ¿quién decide lo que comemos? La respuesta
es clara: un puñado de transnacionales de la industria agroalimentaria
que, con el beneplácito de gobiernos e instituciones internacionales,
acaban imponiendo sus intereses privados por encima de las necesidades
colectivas. Ante esta situación, nuestra seguridad alimentaria
está gravemente amenazada.
“Un
pueblo que no logra producir sus propios alimentos es un pueblo esclavo,
dependiente… política, económica e ideológicamente".
Un
cambio hacia la agroecología
Urge
hacer un cambio de la actual tecnología en la producción,
hacia una agricultura con base en los principios de la agroecología,
sana y sustentable, una producción agrícola que parta
del respeto y del equilibrio con las condiciones naturales, la cultura
local y los saberes tradicionales.
Está demostrado que los sistemas de producción agroecológicos
pueden ser hasta más productivos, resisten mejor las sequías
y los cambios climáticos y que por su bajo uso de insumos externos
son más sustentables económica, ambiental y socialmente.
Ya no es posible sostener el lujo de consumir alimentos cuyos precios
estén vinculados al petróleo, ni mucho menos dañar
la productividad futura de los suelos por medio de la agricultura
convencional-industrial, con grandes extensiones de monocultivos mecanizados
y llenos de venenos y transgénicos.
La producción natural ha alimentado al mundo durante miles
de años, y sin ayuda del gobierno. Porque, ya está bien
claro, la agricultura convencional no es rentable. Está sostenida
o subsidiada por fondos públicos. Los agricultores químicos
o convencionales no sobrevivirían sin las ayudas gubernamentales
(subsidios), si no véase lo que está pasando con la
lechería, la ganadería, la horticultura, etc.
Rediseñar
el sistema alimentario hacia formas más equitativas y viables
para agricultores y consumidores requerirá cambios radicales
en las directrices políticas y económicas que determinan
qué, cómo, dónde y para quién se produce
Está
claro que se necesita un paradigma alternativo de desarrollo agrícola,
uno que propicie formas de agricultura ecológica, sustentable
y socialmente justa.
Rediseñar el sistema alimentario hacia formas más equitativas
y viables para agricultores y consumidores requerirá cambios
radicales en las directrices políticas y económicas
que determinan qué, cómo, dónde y para quién
se produce.
El concepto de soberanía alimentaria debiera transformarse
en política agraria clave, ya que constituye la única
alternativa viable a un sistema alimentario que depende de importaciones
tanto de alimentos como de insumos y tecnología foránea
y cara.
La
función de la agricultura debe ser alimentar a la población,
no la especulación monetaria. Por encima del beneficio empresarial
está el derecho de las personas a la alimentación.
El
país está hoy ante una encrucijada y tiene que elegir
entre dependencia o soberanía alimentaria, entre biodiversidad
o transgénicos, entre alimentos sanos y energéticos
o contaminados con venenos, entre productores agropecuarios o agronegocios
empresariales y entre soberanía territorial o extranjerización
de la tierra.
En definitiva, entre una producción ambientalmente sustentable
y socialmente equitativa o un modelo agroexportador industrial que
ya ha demostrado ser social y ambientalmente destructivo.
Las respuestas a la crisis de alimentos, del clima, de energía
y la financiera no serán dadas por la vía del mercado,
sino por la construcción de un nuevo paradigma donde el uso
racional de los recursos naturales pase a tener la centralidad en
el futuro de la civilización.
En ese sentido, la agricultura familiar de base agroecológica
tiene las condiciones para dar las respuestas consistentes y sustentables
a los dilemas de la civilización. El modelo de agricultura
industrial o convencional que hace uso del paquete tecnológico
solamente profundizará dicha crisis.
Se ha convertido al mundo entero en una mercancía, y lo que
no tiene valor comercial no sirve, no importa y es exterminado. Pero,
como dijo el jefe indio Noah Sealth: “El hombre no tejió
la trama de la vida; él es sólo un hilo. Lo que haga
con la trama se lo hará a sí mismo”.
Ing.
Agr. Fernando Queirós Armand Ugón
Fuente:
http://www.rel-uita.org/