Poder
encontrar un marco común de acciones entre todos
los grupos y personas que promueven un mundo más
justo basado en la práctica de la agricultura
orgánica conlleva la necesidad de alcanzar un
horizonte de reflexión y una percepción
de la realidad radicalmente diferentes a los que hasta
ahora han sido hegemónicos.
EDUARDO ALVAREZ
PEDROSIAN (*)
¿Qué
hay en común entre los diversos planteos de los
movimientos sociales, la ciencia de la ecología
contemporánea, el pensar y sentir de las culturas
originarias de América y del resto del mundo?
Primeramente, una convicción: la de que así
como van las cosas el futuro del planeta es aterrador,
que los diagnósticos ya son demasiados para estar
seguros de que el camino por el que atraviesa la humanidad
está inexorablemente destinado al fracaso y la
muerte.
Pero luego de una
primera constatación negativa, de un común
denominador fruto de todo aquello a lo que nos oponemos,
tenemos que construir, tenemos que elaborar una alternativa
que en sí misma se justifique sin oponerse más
a nada. El hecho de reunirse en torno a aquello ante
lo cual todos nos oponemos puede ser un buen paso inicial,
pero nada más que eso. Y el desafío actual
consiste en la construcción de una plataforma
de acciones específicas para actuar lo antes
posible y con la mayor energía disponible.
En este sentido,
para alcanzar nuevas acciones (en las cuales estamos
todos de acuerdo: campesinos, científicos comprometidos,
movimientos sindicales...) es necesario establecer un
marco conceptual apropiado, que ya existe implícitamente
pero no puede ser visto desde la superficie. Se trata
de una nueva manera de pensar, que en realidad es ancestral
para muchas culturas del planeta, como la de los compañeros
bolivianos quechuas y aymaras. Se trata de un nuevo
paradigma (una forma de pensar) que es la que sustenta
inconscientemente todas nuestras demandas, necesidades
y deseos.
I. Hacia una lógica
viva y de lo vivo
La lógica imperante, la misma que ha sustentado
los modelos neoliberales (o neoconservadores, como bien
aclara Enildo Iglesias), es la misma que ha estructurado
al conocimiento científico dominante, el que
lo ha mistificado. Al respecto Antonio Bello ha sido
más que enfático; la ciencia, como toda
actividad cultural, es un bien colectivo. Lamentablemente,
la actividad científica, que en el siglo XV europeo
se había emancipado de los poderes eclesiásticos
derramando la sangre de tantos "filósofos
experimentales" como se los llamaba dos
siglos después ya se encontraba fuertemente ligada
al poder de los monarcas, nuevamente la Iglesia, y los
burgueses. Hay que remontarse bastante atrás
para comprender el presente. Se trata de procesos de
larga duración.
La alianza más
profunda entre ciencia y capitalismo la encontramos
a nivel lógico. Es justamente en el modo de pensar,
en los procedimientos correctos y los prohibidos, donde
se establece lo que es posible. La búsqueda de
la mayor acumulación de capital, el dominio sobre
el planeta, la explotación indiscriminada, se
sustenta en un sistema abstracto para el cual el universo
está hecho de dicotomías (es decir, de
pares de opuestos, trátese de lo que se trate:
bueno / malo, bello / feo, verdadero / falso, para la
ética, la estética y la ciencia respectivamente).
Para esta lógica el espacio de acción
es homogéneo, es decir uno solo y conformado
por una sola sustancia. Lisa, perfectamente horizontal,
pulida, la mesa de la razón occidental aplasta
desde entonces a las diversas cosmovisiones humanas
y a las formas de vida (vegetal, animal y por qué
no mineral) para establecer con ellas sistemas de dominación
en base a la explotación de los recursos naturales,
de la fuerza de trabajo de sus poblaciones, de las necesidades
vitales de las mismas (convertidas en masas consumidoras,
mercados de gente). Progresivamente hemos llegado a
la situación contemporánea, donde reinan
las transnacionales y donde esta misma lógica
ha alcanzado dimensiones de dominación sin precedentes
(grandes masas de desocupados, agotamiento y destrucción
de los recursos naturales, etcétera).
Creo que es necesario
establecer una diferencia radical con esta concepción
que impregna todos los aspectos de la vida y de la cual
parece tan difícil escapar. En las participaciones
de los diferentes integrantes del foro estuvo presente
una lógica viva y de lo vivo, que implícitamente
articula las diferentes acciones específicas
llevadas a cabo por todos. Tenemos que explicitarla
y trabajar directamente sobre ella, para ir perfeccionando
y comunicando en forma creciente este nuevo punto de
vista desde el cual afirmar nuestras demandas ante la
familia planetaria.
Una lógica
de lo vivo es aquella que se centra en los procesos
autogeneradores, recursivos, autopoiéticos (del
griego poiesis, creación). Como decían
los ingenieros agrónomos y biólogos, los
ecologistas de todas las culturas convocadas en el foro,
al agricultor se lo ha matado porque se ha cortado el
ciclo en el cual conservaba el flujo energético
entre las especies con las cuales interactúa,
siendo él un ser vivo más en el proceso.
El uso de agrotóxicos, la biotecnología
estándar que se está aplicando corta estos
ciclos vitales, hacen dependiente al agricultor de factores
externos que lo superan ampliamente y lo colocan a merced
de poderes abstractos que se pierden en mercados internacionales
controlados por pocas transnacionales. Nuestras acciones,
por tanto, deben fundamentarse en un discurso que piensa
a la naturaleza de otra forma, en la armonía
de sistemas que se autogeneran sin cesar. Esa es la
propia experiencia del agricultor y de todo el que trabaje
la tierra y produzca alimentos en forma justa y solidaria.
La agricultura es,
entre todas las actividades humanas, la más holística
que se pueda encontrar (es, como decía Antonio
Bello, multifuncional, afecta a todos los aspectos de
la vida, produce todas las condiciones para una existencia
soberana, digna y sostenible). Y la agricultura es también
una actividad que necesariamente nos pone ante el milagro
de la vida, ante lo que no deja de ser inexplicable
racionalmente: cómo es que se da la regeneración
cíclica, aquello que nuestros ancestros, mirando
los cielos y los paisajes terrestres, honraron con respecto
y admiración. Es desde estas convicciones y buscando
un pensamiento alternativo que debemos afirmar y amplificar
nuestras acciones. *
(*) Artículo
basado en la exposición realizada en el foro
"Justicia social en la agricultura orgánica
y sustentable", celebrado en Montevideo entre el
2 y el 5 del corriente, organizado por Rel-UITA y las
organizaciones Peacework Organics Farms, CATA y RAFI
de Estados Unidos. www.rel-uita.org
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