Biocombustibles:
grave amenaza disfrazada de verde
por el World Rainforest Movement - Noviembre
2006
La sustitución de los combustibles
fósiles por biocombustibles (elaborados a partir de biomasa vegetal)
puede parecer un paso en la dirección correcta para evitar el
agravamiento del cambio climático. Sin embargo, los planes previstos
para su producción y uso no sólo no solucionan ese grave
problema, sino que agravan muchos otros.
Los biocombustibles que se plantea
adoptar son el biodiesel (obtenido de plantas oleaginosas) y el etanol
(que se obtiene de la fermentación de la celulosa contenida en
los vegetales). Entre los muchos cultivos posibles para ese fin, se
destacan la soja, el maíz, la colza, el maní, el girasol,
la palma aceitera, la caña de azúcar, el álamo,
el eucalipto.
Dado que los grandes consumidores
del Norte no se plantean seriamente reducir su consumo desmedido de
combustibles y que en la mayoría de los casos no disponen de
tierras agrícolas suficientes para autoabastecerse de materia
prima para producir sus propios biocombustibles, sus gobiernos y empresas
planean promover cultivos para biodiesel y etanol fundamentalmente en
los países del Sur.
Es importante resaltar que en las
áreas boscosas del Sur, tal política no implicará
ningún cambio en materia de explotación petrolera o gasífera,
que no solo continuará sino que se seguirá ampliando,
puesto que los combustibles fósiles seguirán siendo el
principal componente de la matriz energética de los países
del Norte. Sin embargo, el negocio de los biocombustibles agregará
nuevos impactos a los ya existentes en los bosques.
Como prueba de lo anterior alcanza
con mencionar la soja y la palma aceitera, que aparecen como las principales
candidatas para la producción de biodiesel a gran escala. La
primera se ha constituido en la principal causa de deforestación
en la Amazonía brasileña y en Paraguay, aun antes de que
se la haya comenzado a producir con fines energéticos. La segunda
es también la principal causa de deforestación en Indonesia
y está impactando en bosques de muchos otros países de
África, Asia y América Latina.
Por otro lado, ya se está
comenzando a desarrollar tecnologías para convertir la madera
en etanol (con el uso de organismos genéticamente modificados),
por lo que la industria de los biocombustibles impulsará una
expansión aún mayor de los monocultivos de árboles
de rápido crecimiento, tanto en áreas boscosas –
aumentando así la deforestación – como sobre suelos
de pradera.
Tanto la deforestación como
el cambio en el uso de suelos de pradera implican la liberación
del carbono allí almacenado. A ello se agregan las emisiones
resultantes del cultivo, procesamiento y transporte de los propios biocombustibles,
realizados en gran medida en base a petróleo y otros elementos
que emiten gases de efecto invernadero: la producción de la maquinaria
utilizada, el combustible empleado para su funcionamiento, la producción
y uso de fertilizantes químicos y de agrotóxicos, los
camiones y barcos para el transporte a destino, etc. Es decir, que el
balance neto de carbono en las áreas destinadas a la producción
de biocombustibles puede ser hasta negativo, aumentando así la
concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera,
que es precisamente lo que se pretendía evitar con este cambio.
En definitiva, el uso de los biocombustibles
no sólo no soluciona el problema del cambio climático,
sino que a la vez significa el agravamiento de otros problemas igualmente
serios.
En efecto, decenas o centenas de
millones de hectáreas de tierras fértiles se concentrarán
bajo el poder de grandes transnacionales y pasarán, de producir
alimentos, a producir combustibles –en un mundo donde el hambre
y la desnutrición son ya problemas gravísimos. En el mismo
proceso expulsarán a millones de productores rurales y pequeños
campesinos, que en su mayoría deberán emigrar a los cinturones
de miseria de las grandes ciudades. Los bosques dejarán de asegurar
el sustento de millones de personas que de ellos dependen para ser sustituidos
por soja, palma aceitera u otros cultivos energéticos. El agua
se contaminará (por el uso de agroquímicos) o desaparecerá
(por la plantación de árboles de rápido crecimiento),
la fauna local se verá gravemente afectada por enormes desiertos
verdes que no les proporcionarán alimentos, la flora nativa será
eliminada y sustituida por extensos monocultivos y muchas especies locales
serán contaminadas por los organismos genéticamente modificados
utilizados en dichos monocultivos, en tanto que los suelos se degradarán
por el monocultivo y el uso de agroquímicos.
Resulta por tanto evidente que ésta
no es una buena solución ni para la gente ni para el ambiente.
Sin embargo, es una excelente oportunidad de negocios para grandes empresas
que operan a nivel nacional y en particular para las grandes transnacionales.
Entre ellas se cuentan las vinculadas a la producción y comercialización
de productos agrícolas de exportación, las industrias
biotecnológica y química (que aumentarán sus ventas
de material transgénico e insumos agrícolas), la industria
automotriz (que podrá seguir creciendo bajo un manto “verde”),
las nuevas empresas surgidas en la ola de los biocombustibles y las
propias empresas petroleras, que ya se están incorporando a este
nuevo y lucrativo negocio.
Es por ello que tantos gobiernos,
organismos de asistencia, agencias bilaterales, organismos multilaterales
y expertos internacionales están involucrados en la promoción
de esta absurda solución: para servir los intereses de esos poderosos
grupos económicos, que son quienes dictan las políticas
globales en su propio beneficio.
Cabe aclarar finalmente, que los
biocombustibles en sí no son el problema. Es más, dentro
de un enfoque social y ambientalmente adecuado pueden servir para satisfacer
parte de las necesidades energéticas de nuestros países
y en particular de las comunidades locales. El problema central es el
modelo en el que se lo pretende implementar, caracterizado por la gran
escala, el monocultivo, el uso masivo de insumos externos, la utilización
de transgénicos, la mecanización y su exportación
para alimentar el consumo desmedido de energía que se realiza
en el Norte.
Se hace por tanto imperioso enfrentar
esta nueva amenaza que se cierne sobre los pueblos y ecosistemas del
Sur e incorporar el tema de los biocombustibles a la lucha por la defensa
de los bosques y la biodiversidad, contra el avance de los monocultivos
y los transgénicos, por la soberanía alimentaria y por
el derecho de los pueblos a decidir sus propios destinos.