Biocombustibles:
el porvenir de una ilusión
Por Atilio A. Boron
La transformación de los
alimentos en energéticos constituye un acto monstruoso mediante
el cual se viola la naturaleza misma de un bien, en este caso los alimentos,
y se lo convierte, en virtud de complejos procesos tecnológicos,
en uno de naturaleza totalmente distinta. Se acentúa de este
modo el proceso de alienación, de extrañamiento, del hombre
y la mujer con el entorno natural que hizo posible la aparición
de la especie humana en este planeta.
Los publicistas e ideólogos
del capitalismo celebran lo que es presentado como el descubrimiento
de una inesperada fuente de Juvencia: los biocombustibles, destinados
a independizarlo de la fugacidad histórica del petróleo
y los hidrocarburos y a garantizarle una vida eterna de extravagantes
derroches mediante la fabricación de combustibles a partir de
productos hasta ahora utilizados para la alimentación de los
humanos. El júbilo es compartido por Bush y Lula de manera principal
-así como por la mayoría de los gobiernos europeos y algunos
del Sur- que se ilusionan con montarse sobre una tendencia que, supuestamente,
resolvería para siempre los problemas derivados de las profundas
tendencias al ecocidio que caracterizan al capitalismo.
Ante tanto entusiasmo es nuestro
deber echar una mirada más sobria. Cualquier historiador mínimamente
riguroso no tardaría en hallar notables coincidencias entre la
exaltación de este momento y la que se registrara en anteriores
ocasiones. Señalemos, en aras de la brevedad, otras dos igualmente
relacionadas con el descubrimiento de nuevas fuentes de energía:
la invención de la máquina de vapor a mediados del siglo
dieciocho y la electricidad hacia finales del diecinueve y comienzos
del siglo veinte. En ambos casos la aparición de estos nuevos
energéticos fueron saludados como la anunciación de una
era de ilimitadas posibilidades de desarrollo. Idénticas actitudes
proliferaron cuando se desarrolló la tecnología para la
utilización del petróleo como fuente energética
fundamental a partir de comienzos del siglo veinte. En todos estos casos
las ilusiones se desvanecieron con el paso del tiempo, de ahí
la oportuna paráfrasis del conocido libro de Sigmund Freud, El
porvenir de una ilusión. ¿Será diferente esta vez?
No parece. En este trabajo trataremos
de aportar algunos elementos que nos permitan elaborar un balance realista
del asunto.
Energía y capitalismo:
la “segunda vuelta” de la mercantilización.
Una discusión como esta no
puede hacerse al margen de la caracterización del modo de producción
en el cual se va a utilizar, o se utiliza, un determinado energético.
Sociedades precapitalistas ya conocían el petróleo que
afloraba en depósitos superficiales y lo utilizaban para fines
no comerciales, como la impermeabilización de los cascos de madera
de las embarcaciones o de productos textiles, o para la iluminación
mediante antorchas. De ahí su nombre primitivo: “aceite
de piedra” (petróleo), un ventajoso reemplazo del aceite
de ballena o las velas de sebo que por entonces se empleaban. Posteriormente
se lo utilizó como combustible de las lámparas y sólo
a partir de finales del siglo diecinueve -luego de los descubrimientos
de grandes yacimientos en Pennsylvania, Estados Unidos, y de los desarrollos
tecnológicos impulsados por la generalización del motor
de combustión interna- el petróleo se transformó
en el energético por excelencia llamado a presidir el paradigma
energético del siglo veinte.
La peculiaridad del capitalismo
es la de ser el único sistema en la historia de la humanidad
dominado por una tendencia internamente incontenible hacia la mercantilización
de todos los aspectos y componentes de la vida social. Su historia es
la historia de la progresiva ampliación del rango de bienes y
actividades incorporadas a la lógica mercantil. La energía
requerida para el sostenimiento de la vida no escapó a ese destino
y, por eso mismo, es concebida como una mercancía más.
Tal como lo advirtiera reiteradamente Marx, especialmente en uno de
los Prefacios a El Capital, esto no ocurre debido a la perversidad o
insensibilidad de este o aquél capitalista individual sino que
es consecuencia de la lógica del proceso de acumulación
que tiende a la incesante “mercantilización” de todos
los componentes, materiales y simbólicos, de la vida social.
De este modo, con su implantación hombres y mujeres fueron reducidos
a la condición de meros portadores de la “fuerza de trabajo”,
una mercancía estratégica e irreemplazable por su papel
en la generación de la plusvalía. El proceso de mercantilización
no se detuvo en los humanos y simultáneamente se extendió
a la naturaleza: la tierra y sus productos, los ríos y las montañas,
las selvas y los bosques fueron objeto de su incontenible rapiña.
Los alimentos, por supuesto, no escaparon de esta infernal dinámica
y, en nuestros días, la entera biodiversidad del planeta se encuentra
sometida a esta “ley de hierro” del sistema que lo impulsa,
en su afán por garantizar su reproducción, a mercantilizar
todo lo existente. Al igual que el Rey Midas, que convertía en
oro todo lo que tocaba, el capitalismo convierte en mercancía
todo lo que se pone a su alcance.
Pero lo novedoso es que hoy nos
hallamos en presencia de una “segunda vuelta” de la mercantilización.
Si en la primera el capitalismo transformó a los alimentos requeridos
para sostener la vida humana en mercancías que deben adquirirse
en el mercado, mediante esta “segunda vuelta” se produce
una aberrante desnaturalización de aquellos: los alimentos son
convertidos en energéticos para viabilizar la irracionalidad
de una civilización que, para sostener la riqueza y los privilegios
de unos pocos, incurre en una brutal ataque al medio ambiente y a las
condiciones ecológicas que posibilitaron la aparición
de la vida en la Tierra. Entre ellas, la posibilidad de proveerse de
comida.
La transformación de los
alimentos en energéticos constituye un acto monstruoso mediante
el cual se viola la naturaleza misma de un bien, en este caso los alimentos,
y se lo convierte, en virtud de complejos procesos tecnológicos,
en uno de naturaleza totalmente distinta. Se acentúa de este
modo el proceso de alienación, de extrañamiento, del hombre
y la mujer con el entorno natural que hizo posible la aparición
de la especie humana en este planeta. A la alienación propia
de la “primera vuelta” de la mercantilización, aquella
por la cual el productor directo fue separado del producto de su trabajo,
se añade ahora una segunda que metamorfosea un fruto de la tierra
para convertirlo en otra cosa. Así, la caña de azúcar
o el maíz dejan de ser alimentos para el consumo humano y se
transforman en fuentes energéticas alternativas al petróleo.
¿Quién podría asegurar que, en un futuro tal vez
no demasiado lejano, los ideólogos y administradores del imperio
no propongan la utilización de seres humanos como fuentes de
energía alternativa? Algo de eso quedó siniestramente
prefigurado en los campos de exterminio de Hitler. La lógica
de la mercantilización universal e incesante del capitalismo
nos obliga a ponernos en guardia ante esa posibilidad.
En otras palabras, mediante esta
“segunda vuelta” de la mercantilización el capitalismo
se dispone a practicar una masiva eutanasia de los pobres y, muy especialmente,
de los pobres del Sur pues es allí donde se encuentran las mayores
reservas de la biomasa del planeta requerida para la fabricación
de los biocombustibles. Por más que los discursos oficiales aseguren
que no se trata de optar entre alimentos y combustibles la realidad
demuestra que esa y no otra es precisamente la alternativa: o la tierra
se destina a la producción de alimentos o a la fabricación
de biocombustibles. Veremos a continuación algunas de las falacias
con que se pretende edulcorar esta mortífera opción y
las consecuencias que se derivan de ella.
La superficie agrícola
no es infinita.
Los entusiastas defensores del biocombustible
dicen que su producción de ninguna manera perjudicará
la alimentación de quienes deban producirla. Tanto Bush como
Lula lo aseguraron al concretar su alianza energética pocas semanas
atrás. Pero la realidad es muy diferente. Examinemos, para ello,
los datos que aporta la FAO sobre el tema de la superficie agrícola
y el consumo de fertilizantes. (Ver Tabla I )
Las principales enseñanzas
que deja esta tabla son las siguientes:
a) La superficie agrícola
per cápita en el capitalismo desarrollado es casi el doble de
la que existe en la periferia subdesarrollada: 1.36 hectáreas
por persona en el Norte contra 0.67 en el Sur, lo que se explica por
el simple hecho de que la periferia subdesarrollada cuenta con cerca
del 80 % de la población mundial.
b) Existen, por supuesto, importantes
variaciones nacionales detrás de estos grandes promedios. En
el caso latinoamericano vemos que países como Argentina, Bolivia
y Uruguay se ubican muy por encima de los promedios de los países
desarrollados mientras que otros, como Brasil, se encuentran muy levemente
por encima de dicho guarismo. Resulta evidente que este país,
el pilar más importante en el Sur de la estrategia de los biocombustibles,
deberá destinar ingentes extensiones de su enorme superficie
selvática y boscosa para poder cumplir con las exigencias del
nuevo paradigma energético. Claro está que el daño
ecológico global que entrañaría la destrucción
de la selva amazónica es de proporciones incalculables, que afectarán
no sólo al Brasil sino a toda la humanidad. Pero la superficie
disponible para tamaño desatino está allí. [i]
c) Especial atención merecen
las cifras relativas a la China y la India, que en su conjunto representan
alrededor de la cuarta parte de la población del planeta. Con
0.44 y 0.18 hectáreas por persona respectivamente, la expansión
de estos dos colosos económicos y su creciente demanda de alimentos
va a intensificar extraordinariamente la presión sobre los países
con capacidad para producirlos, exasperando la tensión entre
asignación de tierras para la producción de alimentos
o la producción de bioenergéticos.
d) Los dos países más
poblados de América Latina, Brasil y México, que en conjunto
suman poco más de trescientos millones de habitantes, muestran
una magnitud de hectáreas per cápita comparativamente
baja habida cuenta su volumen poblacional.
e) Un sombrío espejo de lo
que le aguarda a nuestros países en caso de prosperar la iniciativa
energética Bush/Lula puede observarse en el mundo del Caribe.
Las pequeñas naciones antillanas, tradicionalmente dedicadas
al monocultivo de la caña de azúcar muestran con elocuencia
los efectos erosionantes de la misma, ejemplificado en el extraordinario
consumo por hectárea de fertilizantes que se requiere para sostener
la producción. Si en los países de la periferia la cifra
promedio es de 109 kilogramos de fertilizantes por hectárea (contra
84 en los capitalismos desarrollados), en Barbados es de 187.5, en Dominica
600, en Guadalupe 1.016, en Santa Lucía 1.325 y en Martinica
1.609. Como veremos más abajo, quien dice fertilizantes dice
consumo intensivo de petróleo, de modo que la tan mentada ventaja
de los agroenergéticos para reducir el consumo de hidrocarburos
parece ser más ilusoria que real.
Tabla I
Fuente: FAO, Naciones Unidas http://www.fao.org/docrep/006/y5160s/y5160s16e
APROVECHAMIENTO DE LA TIERRA y CONSUMO
DE FERTILIZANTES (países seleccionados)
Superficie agrícola per cápita(ha/persona) Consumo de
fertilizantes (kg/ha de superficie cultivable)
2001 2001
A NIVEL MUNDIAL 0.82 98.3
PAÍSES DESARROLLADOS 1.36 84
PAÍSES EN DESARROLLO 0.67 109
ASIA Y EL PACÍFICO 0.32 163.2
AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE 1.49 84.8
Antigua y Barbuda 0.22 0
Argentina 4.72 25.5
Aruba 0.02 0
Bahamas 0.05 100
Barbados 0.07 187.5
Belice 0.67 72.3
Bermuda 0.02 100
Bolivia 4.34 4.2
Brasil 1.53 115.1
Islas Caimán 0.08 0
Chile 0.99 242.7
Colombia 1.08 254.5
Costa Rica 0.7 568.7
Cuba 0.59 55.3
Dominica 0.31 600
República Dominicana 0.43 89.5
Ecuador 0.63 142.3
El Salvador 0.27 110.9
Guayana francesa 0.14 100
Granada 0.14 0
Guadalupe 0.11 1015.8
Guatemala 0.39 134.5
Guyana 2.28 27.1
Haití 0.19 17.9
Honduras 0.45 141.9
Jamaica 0.2 67.2
Martinica 0.09 1609.1
México 1.07 75.4
Nicaragua 1.34 11.7
Panamá 0.77 53.3
Paraguay 4.4 22.1
Perú 1.2 81.3
Puerto Rico 0.07 0
Saint Kitts y Nevis 0.26 242.9
Santa Lucía 0.13 1325
San Vicente y las Granadinas 0.14 557.1
Suriname 0.21 98.2
Trinidad y Tabago 0.1 144.9
Uruguay 4.43 92
Venezuela 0.88 115.5
CERCANO ORIENTE Y ÁFRICA DEL NORTE 1.12 70.9
ÁFRICA SUBSAHARIANA 1.51 12.6
ECONOMÍAS DE MERCADO DESARROLLADAS 1.27 121.3
PAÍSES EN TRANSICIÓN (ex – economías centralmente
planificadas) 1.54 30.7
Para resumir: los datos sobre la
superficie agrícola mundial desmienten el argumento de los partidarios
del etanol y el biodiesel en el sentido de que la producción
de dichos elementos no afectará la producción de alimentos.
Tal como lo demuestra un reciente estudio la utilización de la
totalidad de la superficie agrícola de la Unión Europea
apenas alcanzaría a cubrir el 30 por ciento de las necesidades
actuales -¡no las futuras, previsiblemente mayores!- de combustibles.
Producir apenas el 5.75 por ciento de los agro combustibles exigidos
para combinar con las naftas en fecha próxima requerirá
de los países europeos destinar a ese sólo fin el 20 por
ciento de la superficie dedicada al cultivo de granos. [ii] Lo mismo
cabe decir en relación a la economía de los Estados Unidos,
puesto que para satisfacer la demanda actual de combustibles fósiles
sería necesario destinar a la producción de agroenergéticos
el 121 por ciento de toda la superficie agrícola de ese país.
[iii] Como indica otro estudio, a pesar de destinar una quinta parte
de la cosecha de maíz norteamericana a la producción de
etanol en el 2006, este esfuerzo apenas si sirvió para suministrar
tan sólo el 3% de la demanda de combustible de los Estados Unidos.
[iv] Tal como lo plantea Miguel Ángel Llana, dado que una hectárea
“produce una tonelada bruta de bioetanol o biodiesel … haciendo
una estimación muy generosa, para sustituir el consumo de petróleo
y gas necesitaríamos casi cuatro veces (3,91) la superficie mundial
dedicada a cultivos y pastos, aunque la mayoría de los suelos
no podrían utilizarse por ser inadecuados o de mala calidad.
Para centrar el problema, si quisiéramos sustituir sólo
el 5 % del consumo de petróleo y gas, necesitaríamos sacrificar
el 20 % de la superficie agrícola total de cultivos y pastos,
pero si nos referimos sólo a la superficie de cultivos, este
5 % requeriría disponer del 64 % de la tierra cultivable disponible
en el mundo.” [v]
En consecuencia, la oferta de agro
combustibles tendrá que proceder del Sur, de la periferia pobre
y neocolonial del capitalismo. Las matemáticas no mienten: ni
los Estados Unidos, ni la Unión Europea, y tampoco la China o
la India, tienen tierras disponibles para sostener al mismo tiempo un
aumento de la producción de alimentos y una expansión
en la producción de agroenergéticos. Lamentablemente,
estamos en una situación muy próxima a lo que en teoría
de los juegos se denomina de “suma-cero”. Muy próxima
porque, es cierto, la deforestación del planeta, sobre todo de
su gran reserva amazónica, podría ampliar (aunque sólo
por un tiempo) la superficie apta para el cultivo. Pero eso sería
tan sólo por unas pocas décadas, a lo sumo. Esas tierras
luego se desertificarían y la situación quedaría
peor que antes, exacerbando aún más el dilema que opone
la producción de alimentos a la de etanol o biodiesel.
Alimentos más caros,
para una población mundial que padece el hambre.
De lo anterior se deduce que la
lucha contra el hambre –y hay unos dos mil millones de personas
que padecen hambre en el mundo- se verá seriamente perjudicada
por la expansión de la superficie sembrada para la producción
de agroenergéticos. Los países en donde el hambre es un
flagelo universal atestiguarán la rápida reconversión
de la agricultura tendiente a abastecer la insaciable demanda de energéticos
que reclama una civilización montada sobre el uso irracional
de los mismos, cualesquiera que sean sus fuentes, sean estos los hidrocarburos
como los alimentos. El resultado no puede ser otro que el encarecimiento
de los alimentos y, por lo tanto, el agravamiento de la situación
social de los países del Sur. Por eso al comentar la reunión
del presidente George W. Bush con los gerentes de las tres más
grandes empresas automovilísticas estadounidenses, el Comandante
Fidel Castro Ruz decía que, en esa ocasión, “la
idea siniestra de convertir los alimentos en combustible quedó
definitivamente establecida como línea económica de la
política exterior de Estados Unidos el pasado lunes 26 de marzo”
condenando “a muerte prematura por hambre y sed a más de
tres mil millones de personas” en todo el mundo. Fidel reconoce,
en dicho comentario, que lejos de ser exagerada esta cifra es cautelosa.
Además, cada año se agregan 76 millones de personas a
la población mundial, personas que, como es obvio, demandarán
alimentos que serán cada vez más caros y estarán
fuera de su alcance. Se trata, en el fondo, de un genocidio silencioso.
Diversos estudios realizados por autores de muy distinta orientación
ideológica abonan esta interpretación.
Así, en México, la
reorientación de los cultivos de maíz para su exportación
hacia los Estados Unidos para la fabricación del etanol ocasionó
un desorbitado aumento en el precio de ese producto, ingrediente esencial
de la tortilla, la principal fuente de alimentación de la población
mexicana. Lester Brown, de The Globalist Perspective, pronosticaba hace
menos de un año que los automóviles absorberían
la mayor parte del incremento en la producción mundial de granos
en el 2006. De los 20 millones de toneladas sumadas a las existentes
en el 2005, 14 millones se destinaron a la producción de combustibles
y sólo 6 millones de toneladas para satisfacer la necesidad de
los hambrientos. Este autor asegura que el apetito mundial por combustibles
para los automóviles es insaciable. Dijo además que “los
granos requeridos para llenar con biocombustibles un tanque de unos
95 litros de gasolina servirían para alimentar a una persona
durante un año. Los granos requeridos para llenar ese mismo tanque
cada dos semanas durante un año alimentarían a 26 personas.”
Se prepara, concluía Brown, un escenario en el cual deberá
necesariamente producirse un choque frontal entre los 800 millones de
prósperos propietarios de automóviles y los consumidores
de alimentos. [vi] En un mundo sediento de energía el plan Bush-Lula
hace que el precio de los hidrocarburos se convierta en el referente
de casi cualquier tipo de producto agrícola, y que cada vez que
el precio de la comida descienda por debajo del precio de los hidrocarburos
los mercados reorienten la oferta y conviertan al grano en combustible
en lugar de alimento.
El demoledor impacto del encarecimiento
de los alimentos, que se producirá inexorablemente en la medida
en que la tierra pueda ser utilizada para producirlos o para producir
una commodity susceptible de ser transformada en carburante, fue también
demostrado en la obra de C. Ford Runge y Benjamin Senauer, dos distinguidos
académicos de la Universidad de Minnesota (no precisamente un
think tank de la izquierda global) en un artículo publicado en
la edición en lengua inglesa de la revista Foreign Affairs y
cuyo título lo dice todo: “El modo en que los biocombustibles
podrían matar por inanición a los pobres.” [vii]
En este trabajo los autores sostienen que “en los Estados Unidos,
el crecimiento de la industria del biocombustible ha dado lugar a incrementos
no sólo en los precios del maíz, las semillas oleaginosas
y otros granos, sino también en los precios de los cultivos y
productos que al parecer no guardan relación. El uso de la tierra
para cultivar el maíz que alimente las fauces del etanol está
reduciendo el área destinada a otros cultivos. Los procesadores
de alimentos que utilizan cultivos como los guisantes y el maíz
tierno se han visto obligados a pagar precios más altos para
mantener los suministros seguros; costo que a la larga, pasará
a los consumidores. El aumento de los precios de los alimentos también
está golpeando las industrias ganaderas y avícolas. …
Los costos más altos de los alimentos han provocado la caída
abrupta de los ingresos, en especial en los sectores avícola
y porcino. Si los ingresos continúan disminuyendo, la producción
también lo hará y aumentarán los precios del pollo,
pavo, cerdo, leche y huevos.” [viii] Pero nuestros autores advierten
que los efectos más devastadores de la suba del precio de los
alimentos se sentirán especialmente en los países del
Tercer Mundo. La fiebre de los bioenergéticos y los elevados
precios del petróleo, que sólo por excepción y
por poco tiempo podrían bajar, golpearan con fuerza a los países
más pobres que ni disponen de petróleo ni son soberanos
desde
el punto de vista de la alimentación. “Según datos
de la FAO” –explican Ford Runge y Senauer- “la mayoría
de los 82 países de bajos ingresos afectados por el déficit
de alimentos también constituyen importadores netos de petróleo.”
El resultado de estas tendencias
prefigura un holocausto social de formidables proporciones: por cada
incremento del 1 % en el precio de los alimentos básicos se agregan
16 millones de personas al grupo de quienes pasan hambre. De ser así,
y todo indica que los precios de los alimentos aumentarán significativamente
en los próximos años, el cálculo más conservador
que hacen estos autores es que para “el 2025 podría haber
mil doscientos millones de personas hambrientas” que se sumarían
a los que ya padecían tales privaciones antes de la subida de
los precios. Y, tal como lo afirman, en línea con la denuncia
de “genocidio de los pobres” expresada por Fidel, “algunos
caerán del borde de la subsistencia al abismo de la inanición
y muchos más morirán a causa de una multitud de enfermedades
relacionadas con el hambre.”
La “coartada verde.”
Pese a lo anterior, tanto Bush como
Lula se encargaron de difundir una versión edulcorada de su siniestro
acuerdo. El recurso a los agro carburantes no es otra cosa que la respuesta
racional ante el cambio climático y la necesidad, ahora impostergable,
de preservar el medio ambiente. “Todos nosotros sentimos la obligación
de ser buenos guardianes del medio ambiente”, declaró Bush
en su discurso oficial en Brasil, mientras que Lula decía que
confiaba en que la explotación de la biomasa sería capaz
de generar un desarrollo sustentable en América del Sur, Centroamérica
y el Caribe, y en África.” [ix] De este modo, un presidente
como Bush, que siguiendo la tradición política de su país
jamás aceptó las recomendaciones destinadas a preservar
el medio ambiente y que boicoteó hasta donde pudo los acuerdos
de Kyoto se convierte, de la noche a la mañana, en un acérrimo
ecologista. ¿Es creíble semejante conversión? No,
definitivamente no. Tampoco es creíble Lula, si se tiene en cuenta
la indiferencia, o impotencia, de su gobierno ante la destrucción
de la selva amazónica y su subordinación ante los poderosos
intereses del agrobusiness, instalados gracias su decisión en
las más altas esferas de Brasilia.
Más allá de ello,
el plan Bush-Lula nos habla de agro combustibles capaces de producir
una energía limpia y, además, renovable. ¿Qué
hay de cierto en ello? Nada. Se trata de una alternativa energética
que también contamina el aire y el agua, que desertifica, que
obliga al uso intensivo de maquinarias, fertilizantes y pesticidas.
Como lo recuerdan unos colegas del Brasil, “un estudio de la Oficina
Belga de Asuntos Científicos demuestra que el biodiesel provoca
más problemas de salud y de medio ambiente porque crea una polución
más pulverizada y libera más contaminantes que destruyen
la capa de ozono.” [x] Estimaciones diversas acerca de los requerimientos
hídricos del etanol demuestran que, según los suelos y
el tipo de cultivo del cual se extrae, cada litro de este carburante
consume entre cuatro y doce litros de agua. Si se tiene en cuenta que,
tal como lo recuerda el líder cubano, “según las
estadísticas del Consejo Mundial del Agua se estima que para
el 2015 el número de habitantes afectados (por la falta de agua)
se eleve a 3.500 millones de personas” comprobaremos que cualquier
tipo de cultivo que requiera cantidades suplementarias de agua no hará
sino agravar el panorama ecológico y social del planeta a mediano
plazo. [xi]
En relación al argumento de la supuesta benignidad de los agro
combustibles, Víctor Bronstein, profesor de la Universidad de
Buenos Aires, ha demostrado que:
a) No es verdad que los biocombustibles
sean una fuente de energía renovable y perenne, dado que los
factores cruciales en el crecimiento de las plantas no es la luz solar
sino la disponibilidad de agua y las condiciones apropiadas del suelo.
Si no fuera así, dice Bronstein, podría producirse maíz
o caña de azúcar en el desierto de Sahara. Por lo tanto,
los efectos de la producción a gran escala de los biocombustibles
serán devastadores.
b) No es cierto que no contaminan.
Si bien el etanol produce menos emisiones de carbono, el proceso de
su obtención contamina la superficie y el agua con nitratos,
herbicidas, pesticidas y desechos, y el aire con aldehídos y
alcoholes que son cancerígenos. El supuesto de un combustible
“verde y limpio” es una falacia.
c) No es cierto que se libera de
la dependencia de los combustibles fósiles. La producción
de etanol sólo puede reemplazar un pequeño porcentaje
del consumo mundial. En Brasil, el presidente Bush habló de generar
un mercado mundial para el bioetanol, pero toda la producción
de Brasil sólo representa menos del 3 por ciento de los 680 mil
millones de litros por año de nafta y gasoil que consume Estados
Unidos. Se omite, además, que para la producción de los
bioenergéticos se requiere una utilización intensiva de
maquinarias pesadas, transportes, herbicidas y pesticidas, todo lo cual
supone un aumento en la utilización del petróleo y sus
derivados.
d) Más allá de los
análisis económicos sobre la rentabilidad del bioetanol,
desde el punto de vista energético la energía neta que
se obtiene es apenas positiva o incluso negativa. Una de las razones
por las cuales el mundo usa cada vez más cantidades de petróleo,
asegura Bronstein, es precisamente porque el “oro negro”
tiene, por comparación con otros carburantes, una alta tasa de
retorno energético. No hay otra fuente de energía que
contenga tanta energía por unidad de volumen y de peso como el
petróleo.
La conclusión a que arriba
este estudioso es que “la producción de biocombustibles
a gran escala es una nueva falacia que provocará aumento en los
precios de los alimentos, disminuirá la fertilidad de los suelos
y no solucionará el problema energético mundial que se
avecina provocado por el alto consumo energético de los países
desarrollados y la incorporación de China e India a la civilización
industrial.”[xii]
La imposición de cultivos
orientados hacia la producción de combustibles en el Sur Global
hará que grandes plantaciones de caña de azúcar,
palma africana y soja acaben con bosques y pastizales en países
como Brasil, Argentina, Colombia, Ecuador y Paraguay. El cultivo de
soja, por ejemplo, ha causado ya la deforestación de 21 millones
de hectáreas de bosques en Brasil, 14 millones de hectáreas
en Argentina, 2 millones en Paraguay y 600.000 en Bolivia. En respuesta
a la presión –y los incentivos- del mercado global, próximamente
se espera que sólo en Brasil la deforestación alcance
una cifra adicional de 60 millones de hectáreas. [xiii]
Los oligopolios del agro negocio:
grandes ganadores de un juego siniestro.
A esta altura ya queda en evidencia
la irracionalidad de la propuesta de los biocombustibles y su carácter
ilusorio: no hay superficie agrícola en todo el planeta capaz
de aportar los sustitutos agrocarburantes exigidos por el fenomenal
derroche de hidrocarburos en que, para satisfacción y rentabilidad
de los grandes oligopolios ligados a la energía, se encuentra
inmersa la civilización capitalista. Promover esta “revolución
mundial” -para usar la ampulosa expresión utilizada por
el Subsecretario de Asuntos Políticos del Departamento de Estado,
Nicholas Burns- curiosamente liderada por Estados Unidos y Brasil exigiría
de las clases dominantes del capitalismo global y sus aliados en la
periferia la determinación para incurrir en un holocausto social
y ecológico de proporciones desconocidas en la historia.[xiv]
Esto no quiere decir que Washington no lo intente, pero nos parece que
sus chances de éxito son igual a cero. Por otra parte, el gobierno
de Brasil no podría soportar sino por poco tiempo la protesta
social que se desencadenaría si el país se embarcase en
una política que intensificaría la explotación
y exclusión de las masas campesinas, empobrecería a grandes
segmentos de la sociedad brasileña y ocasionaría un daño
irreparable al medio ambiente.
En el ya mencionado trabajo de Bronstein
se recuerda que esta suerte de “fuga hacia adelante” no
es nueva en la política de la Casa Blanca. En efecto, después
de la primera gran crisis petrolera estallada en 1973 el presidente
Richard Nixon encargó al Departamento de Energía la elaboración
de una propuesta que alentara la creación de fuentes alternativas,
principalmente mediante la utilización del hidrógeno.
Dice nuestro autor que “en 1974, el presidente Nixon lo anunció
como el Proyecto Independencia afirmando… que ‘para el fin
de esta época (1990) habremos desarrollado nuevas formas de energía
para no depender de ninguna fuente energética extranjera’.
Hoy, treinta años después, el hidrógeno sigue siendo
sólo un proyecto. En 1979, en el marco de otra crisis petrolera,
el presidente Carter hizo un llamado a un ‘acuerdo nacional para
la energía solar’, con el objetivo de que para el año
2000 el 20 por ciento de la energía de Estados Unidos fuera generada
por algún tipo de energía solar. Hoy, la energía
solar representa menos del 0,5 por ciento de la energía total
generada.” [xv]
Pese a estos fracasos, tales iniciativas
depararon jugosas ganancias para las grandes transnacionales del ramo.
Es por eso que, tal como lo demuestran Edivan Pinto, Marluce Melo y
Maria Luisa Mendonça, la ilusoria expectativa generada por los
biocarburantes despierta el entusiasmo de firmas como Monsanto, Syngenta,
Dupont, Dow, Bayer, BASF, empresas éstas que producen cultivos
transgénicos y que están efectuando grandes inversiones
en el sector de los biocombustibles y forjando alianzas y acuerdos de
cooperación con otras transnacionales de la industria alimenticia
como Cargill, Archer, Daniel Midland, Bunge, que dominan el comercio
mundial de cereales.[xvi] Esta observación se ratifica por el
análisis de Eric Holt-Giménez, de la organización
Food First, quien asegura que “los tres grandes (ADM-Cargill-Monsanto)
están forjando su imperio: ingeniería genética-procesamiento-transporte,
alianza que va a amarrar la producción, el procesamiento y la
venta del etanol. (ADM ya se está devorando a las cooperativas
de agricultores que producen bioenergéticos.) Ninguna de estas
compañías ha compartido sus ganancias producto de la agricultura
con los agricultores. Por el contrario, Monsanto está demandando
a los agricultores gringos por más de 15 millones de dólares
por guardar su semilla. Las tres corporaciones han estado implicadas
en actividades ilegales. Es difícil creer que los agricultores
serán beneficiados cuando el poderoso trío controla las
semillas transgénicas, la tecnología de procesamiento,
y el transporte del maíz y los bioenergéticos.”
[xvii] Según este mismo autor otras gigantescas empresas del
sector de agronegocios, como las arriba mencionadas, así como
las grandes petroleras y las automotrices están forjando una
alianza inédita con sus ojos puestos en las fabulosas ganancias
que, con las complicidad de algunos gobiernos del Sur, esperan obtener
con los biocombustibles. [xviii]
El fenómeno de la concentración
monopólica en los agronegocios alcanzó dimensiones colosales.
Tal como lo reseña Igor Felippe Santos, hace apenas veinticinco
años había 7.000 firmas en la economía mundial
que producían semillas para los agricultores. En la actualidad,
tan sólo diez empresas controlan la mitad del mercado mundial,
y Monsanto, Syngenta y Dupont controlan el 30 % de todas las ventas.[xix]
El resultado: bajos precios para los agricultores, sobre todos los pequeños,
que tanto en los Estados Unidos como en la Unión Europea sólo
excepcionalmente reciben subsidios significativos, y altos precios para
los consumidores. Son precisamente esos grandes oligopolios los más
entusiastas partidarios del acuerdo Bush-Lula. Por algo será.
Los intereses estratégicos
de Estados Unidos
Es indudable que esta perversa iniciativa
responde a un diseño estratégico global en el cual lo
último que le preocupa a la Casa Blanca es el combate al cambio
climático y el recalentamiento global. El interés objetivo,
que se asoma con nitidez por detrás de la retórica del
eje Washington y Brasilia, es doble. Por una parte, reducir la dependencia
de los Estados Unidos del suministro de petróleo importado desde
(a) países que se deslizan
irremediablemente hacia un creciente descontrol político y militar,
como en general toda la zona de Medio Oriente, la península arábiga,
Asia Central y la cuenca petrolífera del África Occidental.
En este sentido, el desastre de la ocupación iraquí ha
dejado profundas huellas en la Administración Bush, impulsándola
a adoptar políticas como la de los biocombustibles para resolver
por la vía del mercado y con la colaboración de algunos
gobiernos de la periferia lo que no logró resolver por la vía
político-militar;
(b) desde países como Venezuela
e Irán, abiertamente antagónicos a las políticas
promovidas por la Casa Blanca y que ésta procura aislar apelando
a todos los medios a su alcance y, de ser posible, derrocar instalando
en su lugar gobiernos clientes que acepten la activa sumisión
al dominio imperialista.
Pero el segundo objetivo es aún
más político y, particularmente en el caso de América
Latina y el Caribe: producido el fracaso del ALCA el imperialismo ha
avanzado en la elaboración de tratados bilaterales de “libre
comercio.” Pero el éxito de esta iniciativa tropieza con
la creciente gravitación de Hugo Chávez y la Revolución
Bolivariana en el continente. La creación de un sustituto de
los hidrocarburos a partir del agro combustible lesionaría irreparablemente
las bases objetivas del poder de Chávez y, por extensión,
de Evo Morales y Rafael Correa, al paso que el radical debilitamiento
del primero, o su simple y llana eliminación, repercutiría
negativamente sobre la Revolución Cubana, cuyo “cambio
de régimen” es uno de los objetivos más largamente
acariciados por la derecha norteamericana desde el momento en que el
26 de Julio derrotara a Batista el 1° de Enero de 1959. Como observa
Raúl Zibechi, los biocombustibles serían utilizados también
para sabotear la integración regional en Sudamérica –recordar
que, como repite el presidente Hugo Chávez, “el petróleo
es un instrumento esencial para la integración de América
Latina y el Caribe”- y postergar indefinidamente otras obras e
iniciativas tan importantes e intolerables para el imperio como el Gasoducto
del Sur y el Banco del Sur. No es un dato irrelevante que entre los
principales promotores de la Comisión Interamericana de Etanol,
lanzada en Diciembre del 2006, en Miami, “figuran dos personajes
claves: Jebb Bush, ex gobernador de Florida, a quien muchos acusan del
fraude electoral que facilitó el acceso de su hermano a la presidencia
en 2000; y el brasileño Roberto Rodrigues, presidente del Consejo
Superior de Agronegocios de San Pablo y ex ministro de Agricultura en
los primeros cuatro años del gobierno de Lula. Rodrigues fue
el hombre del agro negocio en el gobierno brasileño, y está
dispuesto a deforestar la Amazonia y a expulsar a millones de campesinos
de sus tierras para acelerar la acumulación de capital. Los brasileños
votaron por Lula, no por el tánde
m Bush-Rodrigues”, termina recordando Zibechi. [xx]
De resultar exitosa esta operación
los beneficios para los Estados Unidos serían enormes. Por una
parte lograría una autonomía energética impensable
hasta hace poco. Ya hemos visto que esto es una ilusión, pero
las ilusiones de los emperadores suelen estar en la base de gravísimas
penurias y sufrimientos para las poblaciones convertidas en sus víctimas.
La “guerra infinita” de Bush es un ejemplo muy claro de
los bárbaros efectos de una ilusión. El espejismo de los
biocombustibles puede ser aún más letal para nuestros
pueblos. Por otra parte, la “resatelización” o “recolonización”
del Brasil de Lula, lograda sin concesión alguna en materia de
aranceles proteccionistas erigidos en contra de las exportaciones brasileñas,
sería otro logro de suma importancia porque serviría para
insertar una cuña entre Brasil y Venezuela, erosionar los vínculos
que hoy se han tejido entre Argentina y Venezuela, debilitar el MERCOSUR
y, como colofón, aislar al gobierno de la Revolución Bolivariana.
Como bien señala el documento del MST, el triste papel del Brasil
en esta estrategia de Washington sería el del proveedor de energía
barata para que los países ricos sostengan su derroche. Las consecuencias
domésticas, también señaladas por el MST, serían
la apropiación territorial a manos de grandes conglomerados oligopólicos,
la depredación medioambiental, la degradación de las condiciones
laborales, una creciente concentración de la riqueza en uno de
los países más injustos del mundo, y una apropiación
monopólica de la tierra, el agua, los ingresos y el poder.[xxi]
Es precisamente por todas estas
consecuencias que Joao Pedro Stedile habla, en nombre del MST, que entre
Brasilia y Washington se ha forjado una “alianza diabólica”
que unifica “los intereses de tres grandes sectores del capital
internacional: las corporaciones petroleras, las transnacionales que
controlan el comercio agrícola y las semillas transgénicas
y las empresas automovilísticas.” ¿Su objetivo?
“Mantener el actual nivel de consumo del primer mundo y sus propias
tasas de beneficio. Para lograrlo, pretenden que los países del
Sur concentren su agricultura en la producción de combustibles
que habrán de servir de alimento de los motores del primer mundo.”
[xxii]
Final con esperanza.
Debemos librar una nueva batalla.
La transformación de la escena agraria ya ha comenzado, y a un
ritmo acelerado. Su irracionalidad e inviabilidad sociopolítica
no amilana a sus mentores. No les interesa el medio ambiente sino las
fabulosas ganancias que se avecinan para las multinacionales del agro,
las productoras y comercializadoras de semillas transgénicas
y para las firmas petroleras, que se alían y compiten simultáneamente
para reposicionarse favorablemente, desde el punto de vista financiero
y político, para la economía del post-petróleo.[xxiii]
En este marco, lo peor que podrían
hacer las fuerzas de izquierda sería negar la gravedad del problema
petrolero, y asumir irresponsablemente que los hidrocarburos llegaron
para quedarse. Su agotamiento es sólo cuestión de tiempo.
Mientras tanto será necesario desarrollar nuevas propuestas.
La de los agro combustibles es inviable y, además, inaceptable
ética y políticamente. Pero no basta con rechazarla. Fidel
nos convoca a pensar e implementar una nueva revolución energética,
pero al servicio de los pueblos y no de los monopolios y del imperialismo.
Ese es, tal vez, el desafío más importante de la hora
actual.
* Agradezco la eficaz colaboración
prestada por Verónica Julián en la preparación
de este trabajo.
PLED, Programa Latinoamericano de
Educación a Distancia en Ciencias Sociales - Centro Cultural
de la Cooperación, Buenos Aires. www.ecoportal.net
Referencias Bibliográficas
[i] Según este mismo informe
de la FAO Brasil dispone de alrededor del 15 % del total de las superficies
selváticas y boscosas del planeta.
[ii] CPE Release on Agro-fuels,
enwww.cpefarmers.org, 23 de Febrero de 2007.
[iii] Edivan Pinto, Marluce Melo
y Maria Luisa Mendonça , “O mito dos biocombustiveis”,
en http://www.mst.org.br/mst/pagina., 5 de Marzo de 2007.
[iv]Bravo, Elizabeth “Biocombustibles,
cultivos energéticos y soberanía alimentaria: encendiendo
el debate sobre biocombustibles.” Acción Ecológica,
Quito, Ecuador, 2006. Una ampliación de esta tesis se encuentra
en “La tragedia social y ecológica de la producción
de biocombustibles agrícolas en América”, por Elizabeth
Bravo y Miguel A. Altieri , enhttp://alainet.org/active/17096&lang=es
, 25-04-2007
[v] Luis Llana, “Hambre por
biocombustibles”, en Rebelión , 2007.
[vi]Lester Brown, “Starving
for fuel: how ethanol production contributes to global hunder”,
en www.theglobalist.com , 2 de Agosto de 2006
[vii] C. Ford Runge y Benjamin Senauer,
“How Biofuels Could Starve the Poor”, en Foreign Affairs,
Mayo/Junio 2007. Hay traducción en lengua española enwww.rebelion.org
, 10 de Abril de 2007.
[viii] ibid.
[ix] Cf. María Luisa Mendonca
y Marluce Melo, “Colonialismo y agroenergía”, en
http://www.mst.org.br/mst/ , 30 de Marzo de 2007.
[x] Edivan Pinto, Marluce Melo y
María Luisa Mendonca, “O mito dos biocombustiveis”,
op. Cit. 5 de Marzo del 2007.
[xi] Fidel Castro Ruz, “Condenados
a muerte prematura por hambre y sed más de 3 mil millones de
personas en el mundo.”, mensaje del 29 de Marzo del 2007.
[xii] Bronstein, Víctor “La
falacia verde”, en Cash, Suplemento Económico de Página/12
(Buenos Aires), 29 de Abril de 2007, p. 4.
[xiii] Bravo, 2006, en Altieri y
Bravo (ALAI)
[xiv] Edivan Pinto, Marluce Melo
y Maria Luisa Mendonça , “O mito dos biocombustiveis”,
op. Cit. 5 de Marzo del 2007.
[xv] Bronstein, op. Cit.
[xvi] Edivan Pinto, Marluce Melo
y Maria Luisa Mendonça , “O mito dos biocombustiveis”,
op. Cit. 5 de Marzo del 2007.
[xvii] Holt-Giménez, Eric
“¿Acabarán con las tortillas los bioenergético”,
en La Jornada (México), 9 de Febrero de 2007. Sobre las demandas
de las grandes transnacionales en contra de los farmers este autor dice,
en otro trabajo, que “a la fecha (Octubre del 2006) Monsanto ha
planteado 90 demandas en contra de 147 agricultores norteamericanos
y 39 pequeñas empresas del sector alimentos. Los dados están
cargados a favor de Monsanto que dispone de un presupuesto anual de
10 millones de dólares para entablar demandas y un staff de 75
expertos, entre abogados y administradores, dedicado exclusivamente
a perseguir a los agricultores que violan sus prerrogativas. El juicio
más oneroso, fallado a favor de Monsanto, le reportó a
esta compañía un ingreso 3,052,800 dólares. Hasta
la fecha Monsanto ha obtenido, gracias a los fallos de la justicia norteamericana,
ingresos del orden de los 15,253,602 dólares.” Ver Eric
Holt-Gimenez, Miguel A. Altieri y Peter Rosset: Food First Policy Brief
No.12:October 2006. Consultar tambi
www.EcoPortal.net
Fuente:
ISIS. 2006