Biocombustibles
y verdades convenientes
La Jornada, México,
30 de octubre de 2006
por Silvia Ribeiro
El cambio climático , los altos precios del
petróleo y el aumento de la demanda de energía son el
trasfondo para justificar una nueva industria energética: los
biocombustibles. Aclamados por las trasnacionales de los agronegocios
y algunos ambientalistas, conllevan nuevos impactos para los pobres
del medio rural y el ambiente, al tiempo que aumentan la dependencia
de los países del sur.
Desde hace décadas existen datos fehacientes
sobre el calentamiento global y el cambio climático. Es uno de
los fenómenos que tienen y tendrán más impactos
sociales y económicos, ya que aun pequeñas variaciones
en la temperatura media global han tenido efectos devastadores, que
serán peores, para poblaciones locales humanas, vegetales y animales,
en forma de violentos huracanes, lluvias y sequías prolongadas,
entre otros. Sin embargo, los causantes de estos cambios -los dueños
y los que lucran con la civilización petrolera- los han negado
sistemáticamente para mantener sus privilegios.
No obstante, ahora parece que, en un extraño
ataque de sensatez, esos mismos actores reconocen el problema. Desde
el año pasado, George W. Bush comezó a declarar que ya
no era necesario discutir las causas del fenómeno (antes decía
que era "natural"), sino encontrar las formas tecnológicas
de solucionarlo. Es el nuevo marco de su administración para
justificar el impulso a la energía nuclear, a la construcción
de represas hidroeléctricas y a megaproyectos de geoingeniería
que podrían desviar huracanes, tejer en la estratosfera una pantalla
de nanopartículas que bloqueen radiaciones solares o liberen
microorganismos vivos artificiales para bajar la temperatura del mar.
Converge así con el oportunista demócrata
Al Gore, quien aprovecha la crisis global para vender su "capitalismo
verde". En su reciente película Una verdad incómoda
presenta datos e imágenes de las catástrofes que nos amenazan
sin cuestionar sus causas, tras de lo cual se infiere que todos somos
responsables. Según Gore, la solución sería asumir
nuestra responsabilidad individual, entregándonos al consumismo
"verde". Por ejemplo, cambiar nuestro automóvil, refrigerador
y todos los objetos que consumen energía por otros alimentados
con fuentes de energía verde. Sugerencias muy apropiadas para
los damnificados de Katrina o Stan, o para los que mueren de hambre
y sed en los países subsaharianos. De fondo Bush y Gore coinciden
en lo que realmente importa al sistema que los mantiene: los desastres
ambientales son una oportunidad de negocios.
Bajo el conveniente paraguas de la justificación
"ambientalmente responsable" y en la coyuntura de los precios
del petróleo más altos de la historia, surge una nueva
panacea: los biocombustibles, que son combustibles para transporte,
a partir de aceites y alcoholes derivados principalmente de cultivos
oleaginosos (como soya, girasol o ricino) o con alto contenido de azúcares
(caña de azúcar, maíz) para producir biodiesel
y etanol. Esto no es nuevo; aun en sistemas locales con baja demanda
de energía podrían funcionar como alternativas viables,
pero ahora se trata de su producción masiva, industrial y en
gran escala. El etanol es hoy favorito de la industria (representa 99
por ciento de los biocombustibles producidos en Estados Unidos y la
mayoría de la de Brasil, el primer productor mundial), seguido
por el biodiesel.
Un primer problema es que para alimentar la producción
de estos biocombustibles hay que ampliar drásticamente las superficies
de cultivo y hacerlo más intensivo, con el consecuente aumento
de agrotóxicos, uso de agua (la agricultura ya utiliza 70 por
ciento del agua dulce disponible en el planeta) y erosión de
suelos.
Países como Reino Unido y Suecia han evaluado
que esto es ambiental y económicamente inviable en su territorio,
por lo que plantean aumentar el consumo de biocombustibles, pero importados
de países del sur, donde la producción es más barata
y el ambiente es su problema. Ya se promueven en muchos países
del sur, a menudo con subsidios gubernamentales y del Banco Mundial,
grandes monocultivos energéticos para exportación en desmedro
de la producción de alimentos para consumo nacional y avanzando
sobre áreas ecológica y culturalmente únicas, como
el Amazonas y el Cerrado, en Brasil. Así, la supuesta ganancia
energética que tendrían los biocombustibles (en una medición
fragmentada del ciclo total) desaparece o da saldo negativo.
Significativamente, Nature Biotechnology dedicó
el editorial de su edición de julio pasado a explicar que los
costos ambientales de la producción de etanol en desgaste de
suelos, aumento de agroquímicos, contaminación del Golfo
de México y destrucción de hábitats naturales superan
sus supuestos beneficios. Siguiendo la lógica bushiana, esto
no es problema, sino un nuevo negocio. Lo que se necesita, argumenta
el editorial, son cultivos transgénicos y procesos biotecnológicos
que hagan más eficiente el proceso. Nature no especula: reporta.
A la cabeza de estas transformaciones, como parte de los grandes ganadores
de la conversión a los biocombustibles, ya están colocadas
Syngenta, Dupont y Monsanto, tres de las seis empresas mundiales que
controlan agrotransgénicos. Cada una está desarrollando
maíz transgénico para producción de etanol en colaboración
con Diversa Corporation y con Archer Daniels Midland y Bunge, dos de
las cinco que dominan el comercio mundial de granos.
En México esto tendría consecuencias graves
por la nueva amenaza que representa para el maíz nativo y a las
economías campesinas. Pese a esto, ya se discute la legislación
para favorecer este desarrollo con los lineamientos que requieren las
trasnacionales y apoyan todos los partidos políticos.