Corporaciones,
agrocombustibles y transgénicos
Por
Silvia Ribeiro, Julio 2007 - México
D.F.
La
ola de los agrocombustibles sigue avanzando, no porque sea buena para
el ambiente ni aporte solución alguna al cambio climático
global -de hecho lo va a empeorar- sino porque las industrias más
poderosas del planeta lo ven como una fuente de jugosas ganancias y
encima consiguen que muchos gobiernos las apoyen con leyes y subsidios.
Las principales interesadas son las compañías de automóviles
(esperan que con el nuevo combustible
la gente se vea obligada a cambiar de carro), las petroleras (controlan
el sistema de distribución de combustibles), las que controlan
el comercio mundial de granos (ganarán tanto con el aumento de
la demanda de agrocombustibles, como con el aumento de precio de los
alimentos que deberán competir con éstos) y las trasnacionales
de transgénicos agrícolas.
Otros
sectores que avizoran negocios con los combustibles agroindustriales
son las grandes trasnacionales forestales y de plantas de celulosa (Stora
Enso, Aracruz, Arauco, Botnia, Ence y otras), que ahora producen para
la industria del papel, pero que con mínimos cambios tecnológicos
se pueden convertir en plantas de procesamiento de etanol. Igualmente,
fabricantes industriales de alimentos para engorde de pollos
y ganado, como Tyson Foods, han hecho alianzas con petroleras (en el
caso de Tyson con Conoco-Phillips) para la fabricación de biodiesel
a partir de grasa animal.
¿Por
qué el interés de las trasnacionales de transgénicos?
Para empezar, porque son prácticamente las mismas que controlan
la mayoría de la venta de todas las semillas comerciales. Actualmente,
todas las semillas transgénicas que se plantan comercialmente
en el mundo son controladas por Monsanto (casi 90 por ciento), Syngenta,
Dupont, Bayer, Dow y Basf. Al mismo tiempo, las tres primeras, o sea
Monsanto, Syngenta
y Dupont, tienen juntas 44 por ciento de la venta de semillas patentadas
en el mundo. Si consiguen consolidar nuevos nichos de venta que "necesiten"
sus semillas patentadas, aumentarán sus ganancias y su
control sobre las semillas -llave de toda la cadena alimentaria humana
y animal- con el desembarco en otro sector clave: los combustibles.
Todas
las trasnacionales que controlan los transgénicos ya tienen inversiones
en investigación y desarrollo sobre combustibles agroindustriales.
La mayoría en cultivos transgénicos con mayor contenido
oleaginoso, de azúcar o almidón, pero también en
enzimas y bacterias transgénicas, que serían incorporadas
a los cultivos o árboles, para acelerar el procesamiento poscosecha.
Esas
transnacionales ya ganan mucho con la expansión de los agrocombustibles,
por ejemplo con el aumento devastador del área de soja transgénica
en el Cono Sur y todo Brasil, y con el aumento de maíz transgénico
en Estados Unidos. Con la presentación de que serán para
agrocombustibles o en algunos casos combinando forraje y combustibles,
esperan introducir al mercado nuevas semillas manipuladas genéticamente.
Semillas que, por cierto, no podrían lograr aprobación
de las agencias reguladoras si fueran para alimentación humana,
introduciendo así nuevos riesgos con la contaminación
de cultivos y granos usados para consumo humano.
Pero
sobre todo, este puñado de trasnacionales que domina el mercado
global de semillas, apunta a adueñarse de más porciones
del mercado ya existente, al tiempo que expandirse a los agricultores
chicos que
actualmente usan poco o nada de semillas comerciales, pero que con el
anzuelo de sembrar por contrato para la producción de agrocombustibles,
comenzarían a hacerlo.
Todo
esto está dando lugar a nuevas y poderosas alianzas corporativas.
Por ejemplo, Monsanto y Dow acaban de firmar un acuerdo para crear semillas
transgénicas de maíz que combinarán en la misma
planta la resistencia a ocho herbicidas y además serán
insecticidas. Esto refleja en parte su reconocimiento de que las semillas
transgénicas generan resistencia a los herbicidas y por tanto
cada vez hay que usar más. Y si no son para alimentación
humana, se le podrán echar herbicidas más tóxicos
y en mayor cantidad. Monsanto también se alió con Basf,
con una inversión de mil 500 millones de dólares, para
crear nuevos transgénicos en maíz, soja, algodón
y canola. Junto con Cargill creó la empresa Renessen, dedicada
a maíz y soja transgénica para agrocombustibles y forraje.
Para Monsanto significa, además, avanzar en su monopolio, intentando
desplazar a sus competidores más cercanos, Syngenta y DuPont,
del mercado de agrocombustibles.
Por
su parte, DuPont creó con Bunge (una de las cerealeras más
grandes del mundo), la compañía Treus dedicada a híbridos
de maíz y soja para agrocombustibles, y también hizo alianza
con British Petroleum (BP) para
producir etanol de trigo y biobutanol. Syngenta firmó un acuerdo
de colaboración de 10 años con Diversa Corporation (biopirata
de microorganismos de todo el mundo), para desarrollar enzimas transgénicas
para producir etanol, a ser incorporadas directamente en las semillas
o en el procesamiento. Syngenta trabaja con productores de caña
de azúcar en Brasil en este sentido, y es la primera de los gigantes
de transgénicos, que solicitó aprobación en Estados
Unidos para un maíz con una enzima especialmente diseñada
para agrocombustibles.
El
paso siguiente en esta escalada de poner en riesgo los bienes comunes
de la humanidad y el planeta, para conseguir lucros privados, es la
biología sintética, que pretende crear seres vivos construidos
desde
cero. Por ejemplo, Synthetic Genomics, la compañía que
creó el controvertido genetista Craig Venter, trabaja en la creación
de organismos vivos totalmente artificiales para producir energía.
Junto
con los planes de las trasnacionales y los científicos al servicio
del lucro inescrupuloso, crece también la conciencia y la resistencia
a escala global. Por todo lo que está en juego es, sin duda,
una batalla dura.
-
Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC.