Soja: ese infierno tan rentable
Por Marcela Valente, Argentina
• Con más de la mitad
de la tierra cultivada hoy en el país, la soja se expande a expensas
del maíz, el trigo, los cítricos y la ganadería,
entre otras actividades agropecuarias.
• El modelo de la soja hace
agua por el impacto social, ambiental, sanitario y económico
en el mediano y largo plazo. Destruye la agricultura familiar y empuja
a los trabajadores rurales a las ciudades.
Buenos Aires, 10 julio 2008.- En
momentos en que el precio de la soja, principal cultivo de exportación
de Argentina, alcanza niveles récord en los mercados internacionales,
expertos en agricultura familiar y entidades ambientalistas alertan
sobre el severo impacto social y ambiental del monocultivo.
Con 16,6 millones de hectáreas,
más de la mitad de la tierra cultivada hoy en el país,
la oleaginosa que ya cotiza en torno a los 600 dólares por tonelada
se expande a expensas del maíz, el trigo, los cítricos
y la ganadería, entre otras actividades agropecuarias. Este avance
seguirá pese al polémico incremento del impuesto a la
exportación.
El gobierno aumentó en marzo
de 35 a 44 por ciento el gravamen y lo declaró flexible, puede
crecer si suben los precios. Pero para torcer la resistencia empresaria
ofreció a cambio generosos reintegros a pequeños productores,
que son mayoría. De ese modo, en lugar de frenar, va a incentivar
este cultivo, auguran los entendidos.
“El modelo de la soja se considera
de ‘boom y colapso’ como sucede con la pesca, la minería
o la explotación intensiva de la madera”, advirtió
Jorge Cappato, de la Fundación Proteger. “Se presiona un
ecosistema por encima de su capacidad de carga para obtener enormes
ganancias a corto plazo a costa de los recursos”, describió.
“Con la gran rentabilidad
asegurada, ¿quién va a querer producir trigo o leche?”,
se preguntó Cappato. “El modelo de la soja hace agua por
el impacto social, ambiental, sanitario y económico en el mediano
y largo plazo. Destruye la agricultura familiar y empuja a los trabajadores
rurales a las ciudades”, detalló.
El área sembrada de soja
creció 126 por ciento en una década y, según señalan
organizaciones no gubernamentales, se propaga en perjuicio no sólo
de otros cultivos y actividades. Avanza además desplazando bosques
nativos con su rica biodiversidad y áreas de agricultura familiar
y pertenecientes a pueblos originarios.
“En los últimos nueve
años, según datos oficiales, se perdieron 2,5 millones
de hectáreas de bosques nativos, sobre todo en el norte del país,
y esto en gran medida se debe a la deforestación para sembrar
soja, un cultivo que va arrinconando a las demás actividades”,
explicó a IPS Hernán Giardini, de Greenpeace Argentina.
El Centro de Derechos Humanos y
Ambiente precisó este mes que en 2007 se perdieron un promedio
de 821 hectáreas de bosques por día, y si bien se logró
aprobar una ley para la protección y explotación sustentable
de esos bosques, se teme que la voluntad de aplicarla en las provincias
flaquee frente a la presión de los precios internacionales.
Además del repliegue de biodiversidad,
los expertos señalan que el glifosato, el herbicida que se combina
con la soja transgénica para el control total de malezas, contamina
las napas de agua. Y su aplicación aérea ejerce un impacto
negativo en la salud de miles de pobladores rurales que viven junto
a los cultivos.
En diálogo con IPS, el ingeniero
agrónomo Walter Pengue, investigador del Grupo de Ecología
del Paisaje y Medio Ambiente de la estatal Universidad de Buenos Aires,
indicó que a comienzos de los años 90 se vendían
en Argentina un millón de litros de glifosato, mientras que el
año pasado ya se superaban los 180 millones de litros.
“Es un insumo estratégico
interesante, como puede ser el gasoil, pero hay que usarlo con racionalidad”,
recomendó. No obstante, denuncias motorizadas por el llamado
Grupo de Reflexión Rural, otra organización ambientalista,
señalan que la fumigación sin control causa alergias,
intoxicaciones, malformaciones, aborto espontáneo y cáncer.
Respecto de la siembra directa,
asociada al cultivo de soja transgénica, Pengue aceptó
que es una práctica que permitió disminuir la erosión
del suelo, pero advirtió que esa mejora también posibilita
llegar a sistemas lábiles donde el mismo cultivo resulta riesgoso,
por ejemplo en provincias del norte del país.
Según este profesor de Economía
Agrícola y Ambiente en varias universidades, el “sorgo
de Alepo”, una maleza que está resultando resistente al
glifosato, apareció ya en seis provincias, y las alternativas
que se discuten para combatirlo implican volver a pesticidas descartados
en los años 80 por ser muy tóxicos.
“Con este sistema (el de la
soja transgénica) nos fuimos quedando sin expertos en malezas
y los que hay están vendidos a las empresas (productoras de semillas
modificadas y del herbicida)”, denunció. Asimismo, el suelo
va perdiendo nutrientes que no recupera en la misma medida ni con grandes
cantidades de fertilizantes.
Desde la década del 70, cuando
comenzó a cultivarse soja, el suelo perdió 11,3 millones
de toneladas de nitrógeno (ya descontada la reposición
natural), 2,5 millones de toneladas de fósforo, y valores muy
altos de otros nutrientes, precisó Pengue.
Finalmente, los analistas agropecuarios
remarcan que el modelo tampoco es socialmente sustentable. “Hay
una prosperidad puntual en algunas ciudades por los buenos precios.
Pequeños chacareros arriendan su tierra y obtienen más
dinero de lo que vieron en su vida”, aseguró Pengue. Pero
esa bonanza “no es desarrollo”, distinguió.
“Un país no puede depender
exclusivamente de los precios de un producto, tiene que apuntar a todos
los alimentos, como está haciendo Brasil”, remarcó.
En el campo hoy, dijo, la tecnología
desplaza a peones rurales por una mano de obra más calificada,
capaz de manejar cosechadoras y otras máquinas. “Son los
nuevos actores del campo y relegaron a los otros, que quedaron fuera
del sistema”, agregó.
Giardini, de Greenpeace, también
apuntó a esta cuestión. En la nororiental provincia de
Chaco, tradicional productora de algodón, el avance de la soja
redujo de 40 a 20 por ciento la población rural. Esos cambios
se advierten en los suburbios hacinados de las capitales provinciales.
Según datos oficiales, la
pobreza en Argentina afecta a 20,6 por ciento de sus 38 millones de
habitantes. Pero en la región noreste, donde la soja reina, el
fenómeno aumenta a 37 por ciento de los cuáles 13,6 por
ciento es indigente, es decir, no tiene ingresos para afrontar gastos
de alimentación básica.
“Campesinos de provincias
como Salta o Santiago del Estero (en el norte), con una tenencia precaria
de la tierra, están amenazados por la venta de campos con ellos
adentro y eso también está relacionado con la soja a gran
escala”, dijo Giardini.
“En algunas localidades pequeñas
se levantan hoteles, casinos y hasta cabarets, pero no hay derrame (de
las altas ganancias concentradas), y muchos (de esos sitios) todavía
no tienen ni cloacas”, añadió.
Por Marcela Valente IPS / International
Press Service
Fuente: Fundación PROTEGER
- miembro de la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN)
Web: http://www.proteger.org.ar